29.10.10

Marcelino



Últimamente la edad y la enfermedad habían hecho mella en Marcelino. La última vez que hablé con él volvía una y otra vez a la revolución científico-técnica de manera monotemática. También le escuché en la radio cuando murió José María Cuevas y no tuvo palabras gratas hacia el reciente cadáver precisamente.


De todas maneras, tampoco tendría por qué tenerlas, aparte de que Cuevas quisiera mucho y fuera muy bueno con sus nietos.


Marcelino nunca tuvo remilgos a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Utilizaba un lenguaje del XIX que es el que teníamos que utilizar los trabajadores. La burguesía se llama burguesía, al patrón se le dice patrón, y a las horas extras gratis se le llama explotación.


Marcelino levantó un sindicato de la nada porque se lo encargó el Partido Comunista. Y lo que el Partido Comunista quería, se hacía. Con la ética de los comunistas y la ilusión de muchos de los que no lo eran hizo de esa central la principal referencia para los trabajadores, porque no aplicaba los paños calientes a las negociaciones que sí ponía la UGT.


No le dolían prendas en hacerle una huelga general al gobierno en solitario y fue el primero en desenmascarar a la supuesta izquierda que hacía políticas de derechas. Lo mismo que hacen hoy, vamos.


Fue a la cárcel como hacían los comunistas, uno tras otro, mientras la UGT y el PSOE se reorganizaban tranquilamente en su casa sin hacer oposición a la dictadura. Marcelino daba la cara, a Marcelino le hacían canciones, Marcelino era la referencia de ese cuerpo que hoy no se reconoce cuando se mira al espejo llamado clase obrera.


Se retiró un día cansado de luchar y escribió una memorias. Se dedicó a escribir en los periódicos y a contemplar como Antoñito “el guapo” domesticaba el sindicato, lo hacía moderno y dócil para el PSOE, lo hacía inútil, europeo, una agencia de viajes, un descuento para el dentista, un convenio sin ventajas para los obreros, una agencia de cursos para que yo entrara a la universidad.


A Marcelino le nombraron presidente de honor del sindicato porque así Antoñito “el guapo” creía que dejaría de estorbarle. Pero volvió a hacer política, sindicalismo, a hacer lo que había hecho toda su vida, luchar. A hacerle oposición al propio secretario general del sindicato que había fundado. Antoñito “el guapo” no tuvo reparos en destituirle del puesto de presidente y quitarle el despacho de su propia casa. De ponerles de patitas en la calle Lope De Vega. Antoñito “el guapo” se creía que a Marcelino se le había olvidado luchar, lo que le había tocado hacer toda su vida. Se creía que un sindicalista de los de antes se iba a dejarse ningunear por un trepa que ahora cobra los servicios de desactivar una opción política con un escaño del partido en el gobierno.


Marcelino dejó el sindicato definitivamente, pero siguió luchando en la calle, en los colegios dando conferencias, en las emisoras. No tenía reparos en venir a una radio de barrio a cantar las verdades del barquero a una audiencia mínima. La única lucha que se pierde es la que se abandona. ¿Saben por qué? Porque aunque aquellas visitas a una emisora sin audiencia parezca que no tengan repercusión, el solo hecho de venir es un ejemplo de lucha y de batalla que nunca hay que dejar de dar. Por pequeña que sea. Es un ejemplo para mí y para los que hacíamos ese programa de reducida audiencia. Los que estábamos allí sabíamos que un hombre de casi ochenta años se había cogido un taxi de Carabanchel a San Blas para hablar de política.


Marcelino Camacho. Quizás el último héroe de la clase obrera o de lo que queda de ella. De la que ha perdido el nombre de Clase y el apellido de Obrera a pesar de hombres como él. Hoy pasaré a verle en la sede del sindicato que fundó. De ese al que hoy se ataca impunemente por tener militantes encargados de defender lo derechos de los trabajadores. De ese al que hay periódicos y políticos que piden su ilegalización. Ellos se llaman liberales. Seguro que Marcelino los llamaría fascistas.

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