15.6.07

Sobre el premio Principe de Asturias de Las Artes

 Con Dylan me toco la lotería. Dar con alguien que era capaz de transmitirte una enseñanza de vida es una suerte. Y no conozco a nadie más que a Bob Dylan capaz de algo así. Tuve suerte porque descubrí algo que estaba hecho para mí. Que me hablaba y me cantaba directamente a mí. Hablaba de mí y cantaba por mí. Algo parecido dijo un día Bruce Springsteen sobre el hermano mayor que nunca tuvo.
No es transmisible. No es fácil de explicar ni de compartir. Te llega o no y solo cabe compadecerte de quien no es capaz de entrar en ese espacio. Espacio brutal e inabarcable como un agujero negro y al mismo tiempo hermético y minúsculo como un grano de arena.
Creo que es mejor acercarse a su música como lo hice yo. Por casualidad y solo. Sino corres el riesgo de que te abrume quien te lo presente si es fan. Por que los fans de Dylan abruman. Son los tipos más pesados del mundo. Son capaces de viajar toda la noche para ir a un concierto en Lille o de comprarse lo mismo en cinta, disco, CD, remasterizado, sin remasterizar… Si te hablan de Dylan huye. No pararan de darte la brasa sobre aquella noche en La Riviera, aquel Don´t Think Twice en Vitoria, o aquel solo de armónica en Bruselas. No es explicable ni trasmitible. Ya lo dije antes. Es desde luego peor cogerse cualquier periódico de actualidad en los últimos dos días o ver las reseñas de los telediarios. Entonces es para apagar la tele. “icono de los 60” “canciones pacifistas” “no se que generacional”… La única aproximación posible a mi entender es necesariamente individual y en soledad. Quizás una cerveza y “Blonde On Blonde”. Tal vez “Time Out Of Mine” y un gin tonic... Como se llegue a él es lo de menos. Pero se ha de ser consciente que engancha. Que se entra en una secta donde nunca se tiene bastante. Donde te absorberán las palabras, los gestos y la voz. Donde habrá que tener la cabeza muy bien amueblada para no perder al novio o a la novia y donde los ideales políticos si se es de izquierda o los intereses crematísticos si se es de derechas, quedaran supeditados a la próxima gira europea de Bob Dylan. Algo más que una religión. Algo más que un disfrute. Una forma de entender la vida.
Ahora a los fans nos entran los picores de los que hablaba Marías el otro día en “El País”. Eso de compartir a tu ídolo con el resto de mortales, pica. Todo dios opinando de lo que no sabe gratuitamente, como les digo, en la prensa de estos días. No se fíen de lo que lean o vean. No se fíen de mí. Les dejaría caer por un barranco de quinientos metros aunque de mi mano estuvieran colgados, si a mi lado pasara Bob Dylan. ¿A que me creen?




Recordando ayer con Claude, hoy con gusto busco en el archivador la carpeta numerada con los números 1989. Saco los recortes de la prensa del dia siguiente y leo a Ricardo Cantalapiedra en Diario 16. Como sucederá muchas veces en los años venideros, creo entender que esta fue la única critica que se aproximó con propiedad a lo que por allí paso. No recuerdo para nada en que andaba yo ese año. Tenia 18 años y ya había comprado algunos discos del que me contaron era “el cantautor universal”. Tenía los libros de Los juglares como todo el mundo, y nada más. No había. Aun no se había producido la catastrófica irrupción en las editoriales de aquel tipo, que se autoproclamaba “investigador” y que aun plagiando a destajo libros extranjeros, fue capaz de publicar unos cuantos sin contar ni aportar, absolutamente nada.
El concierto empezó para mí aproximadamente un mes antes. Recuerdo que fue en la estación de metro de Argüelles donde vi. el cartel que lo anunciaba. Un enorme cuadro con una foto promocional anunciaba la venta de entradas en Dicoplay al poderoso precio de 3000 pesetas. Según llegue a casa volví a coger el metro hasta Gran Vía y entre en aquellos sótanos que tanto juego nos dio en los 80 a los chavales del foro. Pedí mi entrada rezando por que no se hubiesen agotado y en un minuto la tuve en el bolsillo. Entonces se me ocurrió ir a recibir a Dylan al aeropuerto y durante unos días estuve llamando a la C.B.S. exigiendo que me dijeran cuando y en que vuelo llegaría Bob Dylan, y prometiéndoles que no se lo iba a decir a nadie. Tras varios días de pedir hablar con toda la plantilla, consiguieron hacerme comprender que ellos no tenían ni idea de vuelos, de llegadas, de recibimientos, y alguno ni de Bob Dylan.

 No sabia a que sonaba Dylan en ese momento, si a “Befote the Flood”, si a “Budokan”, o a “Real Live”. El día del concierto me fui prontísimo al Palacio de los Deportes, creyendo que por pronto que fuera ya habría allí, legiones de Fans expertos, hippies y rockers. Yo iba solo con mis anteojos, mi bocadillo y mi libro. La sorpresa fue que aunque yo me encamine a la grada directamente, en la pista casi no había nadie, pero pensé que cargado como iba no quería perder el tiempo buscando las escaleras y corriendo para que al llegar las primeras filas ya estuvieran ocupadas. Busque el mejor sitio en la grada y espere comiendo mi bocadillo, mientras en la primera fila se amontonaban muchos de los que años después serian mis amigos. Así pasaron los minutos y… Eduard De Negri… Eduardo! Que decir de él que no se allá comentado ya. La primera vez hasta fue soportable, lo cargante es cuando llevas 17 “Nits del Gat” o “Cadaques”. Eddi Brickell and The New Bohemians” conquistaron al publico, los recuerdo como muy entretenidos y me propuse buscar algún disco con su música. Nunca la hice. …

Y pasó. Llego el momento. Por primera vez respire en el mismo sitio que él. Cesar Díaz anuncio en difícil castellano las prohibiciones al uso, y un tipo rubio con coleta ensayo unos acordes increccendo. El batería comenzó un golpeo y reconocí la música de una de mis canciones favoritas. Esa en el que alguien por encima del bien y del mal despide a una chica con jueces y mentiras por medio. Lo que sentí no es diferente de lo que sintieron muchos de ustedes seguramente, la primera vez que lo vieron. Yo aun lo sigo sintiendo. “Como en el Befote the Flood, pensé…”. La segunda y la tercera no las reconocí, pero ver a Dylan con esos músicos y ese sonido con el que antes nunca le había escuchado era mejorar la mejor de mis expectativas del concierto. El guitarrista tocaba la eléctrica como si fuera la raqueta con la que yo daba conciertos en casa, como si fuera de juguete. Daba patadas al aire y dirigía al resto de músicos como si no tuviera trascendencia interpretar las mejores canciones que se han compuesto nunca. Memphis Blues Again, Highway 61, que energía , que velocidad. Llego el set acústico y escuchar Song To Woody me confirmo en toda mi imaginada simbología dylanita. Era él en toda su extensión y tenia que pellizcarme cada 5 minutos para creérmelo. Cuando G.E. cambio a mitad de carrera de montura en Knockin´On Heaven´s Door, me pareció ver un numero nunca antes inventado. Todo fue una prolongación de la adolescencia esa noche. Todo fue magia en ese viaje parecido al de la Alicia de Carroll. Like A Rolling Stone fue el cenit de la noche como podéis imaginar. Dylan cantando aquello para mí en mi ciudad, no puedo decir más.

Lo que paso después ya forma parte de la leyenda. Aquellos 75 minutos se hicieron cortísimos para todos. Yo como el resto creíamos que un concierto de Dylan, no podía durar tampoco. Nos equivocábamos. La gente tiro de todo a los hombres que recogían y alguno de ellos se bajo del escenario a corresponder gustoso a los castizos. Me pase una hora en el Palacio asimilando todo lo que acababa de ver y escuchar. El hombre que paseo por la mañana en el Retiro, ya debía de estar lejos de la calle Goya. Esa sensación que te dejan algunos espectáculos durante días, o meses, esa sensación de magnificencia e idealización a mi me acompaño años. También me dejo una curiosa forma de medir el tiempo. Ahora si quiero recordar que hacia yo en años pasados, miro la gira de Bob del año en cuestión y asocio. Si he visto algún show ese año, cuantos, que banda era… y enseguida me situó a mi mismo. Obviamente a quien esto escribe, la vida le cambio ese 15 de Junio. Me convirtió en alguien diferente a los fans de otros músicos o grupos, seguro que saben de que estoy hablando. Es una sensación que nada ni nadie es capaz de hacerte sentir, y que es muy difícil de explicar o transmitir a los demás. Una sensación que desde ese dia no he dejado de sentir. Como pinte en el mismo Palacio de los Deportes 10 años después… ¡Dylan lo que Dylan… Bob Dylan For Ever!



Resumiendo, disculpen los perdones y perdonen las disculpas