Como no puedo escribir, no pude reseñar su Segismundo en el Pavón. Corto y pego de El
País para que conste.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/16/actualidad/1353071408_377318.html
Esta edición el Premio Nacional de Teatro no sólo ha recaído en una gran actriz y directora,
Blanca Portillo,
tocada por los dioses cada vez que genera algo encima de un escenario.
Ha sido también un premio a la tenacidad, al esfuerzo, a una manera de
trabajar sin resuello, buscando continuamente cómo hacer crecer el
teatro, el propio y el ajeno, aún a costa de menguar el bolsillo propio,
de esquilmar el tiempo de descanso. No sólo se ha premiado a una mujer
que es una auténtica
talenta, sino que el galardón da la
sensación de que ha ido a parar a un concepto y a una manera de entender
la creación escénica, abordada desde un territorio en el que todo está
interrelacionado: textos, escuelas, creadores, teatros, compañías,
formas de trabajar… Y si alguien es todo un ejemplo para la profesión,
para los espectadores, para la cultura de un país es la actriz,
productora y directora Blanca Portillo que se ha hecho con
este galardón concedido anualmente por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y dotado con 30.000 euros.
Un dinero que una vez más irá a parar a alguna de las muchas
producciones que aborda, unas veces como productora, otras como actriz,
otras como directora, otras como todo eso y algo más. Eso sí, antes de
colocar la pecunia en un proyecto nuevo, ha decidido apartar una pequeña
cantidad para gambas. “Me entusiasma que me lo hayan dado un día que
tengo función y puedo compartirlo con el público, con los que sepan que
me lo han dado y con los que no se hayan enterado”.
Para ella, su trabajo en La vida es sueño, de Calderón con dirección de Helena Pimenta,
que representa en el Teatro Pavón y para la cual no hay entradas desde
hace tiempo, está siendo muy especial todos los días, desde que la
estrenó con la Compañía Nacional de Teatro Clásico este verano en el
Festival de Almagro: “Pero hoy [por anoche] tendrá un componente
emocional muy fuerte, voy a estar contenta y feliz, va a ser una función
con una dosis superior de emoción”.
De hecho,
La vida es sueño, junto con “su aportación en recientes espectáculos como
Medea o Hamlet, ambas de 2009;
Paseo romántico (2010);
La avería o
Antígona
(2011)” han influido en la decisión del jurado, según el comunicado del
Ministerio en el que también se dice que se le ha concedido por “su
amplia y variada trayectoria profesional, su valentía al asumir nuevos
retos escénicos y su defensa del teatro como compromiso con la
sociedad”.
Ayer, minutos después de enterarse de que le habían concedido el
galardón, Portillo reía y contaba que su primera impresión ha sido la de
no creérselo: “Luego me he sentido muy muy pequeña, y me ha venido a la
cabeza el día que terminé los estudios en la Escuela de Arte Dramático y
le dije a mi gran maestro Pepe Estruch: ‘¿Y ahora qué?’. El me abrazó y
sólo me dijo: ‘Ahora aguanta”. Y la actriz aguantó, y mucho. Aunque
hubo algún momento en que estuvo a punto de tirar la toalla. Hace unos
lustros se llegó a plantear cambiar de oficio y le salvó participar en
el
Marat Sade de Narros con un papel casi de figuración,
haciendo una loquita. Algo que debería servir de reflexión a los que
tanto recortan el teatro llevándolo a una situación agónica. “Ahora que
han pasado años y miro hacia atrás, nunca, ni en mis mejores sueños,
podía imaginarme lo que ha pasado y a dónde he llegado”, defiende la
actriz.
Tiene claro que ella es producto de todos sus maestros entre los
cuales siempre destaca, después de Estruch, a José Luis Gómez, Jorge
Lavelli y Tomaz Pandur. “Llevamos mucho tiempo luchando por cosas, no
puedo evitar dedicarle el premio a ellos y a toda la gente con la que he
trabajado. Soy el producto de todos ellos”, señala Portillo, que tiene
claro, clarísimo, que no eliminaría nada de lo que ha hecho en su
trayectoria profesional: “Es más, las cosas malas que me han ocurrido
han sido de lo más fructíferas, porque se aprende mucho cometiendo
errores, viendo cuándo eliges mal un camino o cuándo te llevan por un
territorio que no es el que deseas; no tengo más remedio que confesar
que estoy muy orgullosa de mi carrera en la que he tenido el privilegio
de definir todo con plena conciencia, no borraría nada de ella”.
La actriz aprovecha el galardón para lanzar su homenaje al teatro:
“En principio pensaba en la gente que desde los comienzos creyó en mí y
que no ha habido ni un solo día que no me hayan apoyado, pero dado los
momentos que hemos vivido y vivimos en el mundo de la cultura, tan de
capa caída, se lo quiero dedicar al teatro y a su misión de seguir
moviendo conciencias y corazones”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/26/actualidad/1340720831_441409.html
Ay mísero de mí, ay, infelice! ¡Cuántas veces ha soñado Blanca
Portillo con esas palabras! Y con estas otras que siguen: “Apurar,
cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí /contra
vosotros naciendo…”. ¡Cuántas veces con poder clamar en un escenario ese
grito universal de infelicidad y angustia, de dolor, que lanza el
príncipe Segismundo desde su encierro! Descalza, con argolla al cuello y
una cadena atada al suelo, Blanca Portillo, ropajes claros algo
andrajosos, está como agazapada, tirada en una cueva. Se va incorporando
muy lentamente, con las manos defendiéndose de esa argolla que la
ahoga, y su voz inunda el escenario. “¡Ay mísero de mí, ay, infelice!”.
Una voz tremenda, desgarrada y desdichada.
Sueño cumplido. Blanca Portillo será la princesa Segismundo en
La vida es sueño,
el paradigma del teatro barroco español, ese testamento de la condición
humana que escribió Calderón de la Barca en el siglo XVII.
La vida es sueño,
primer montaje dirigido por Helena Pimenta como responsable de la
Compañía Nacional de Teatro Clásico, inaugurará el próximo 6 de julio el
Festival de Almagro, una de las grandes citas teatrales del verano.
Junto a Blanca Portillo en el papel de Segismundo subirán al escenario,
entre otros, Marta Poveda (Rosaura), David Lorente (Clarín), Fernando
Sansegundo (Clotaldo) y Joaquín Notario (el rey Basilio).
Ella es Blanca. Él es Segismundo. Así se dirige Helena Pimenta cuando
habla con la actriz o cuando se refiere al mítico personaje, nacido
príncipe, encarcelado y finalmente liberado. Por primera vez una mujer
interpreta el papel de Segismundo. “En el teatro clásico, los papeles
masculinos tienen una mayor dimensión en abundancia y profundidad. Para
mí, Segismundo es un ser humano, representa el recorrido vital de un ser
humano, su despertar a la conciencia y su capacidad, desde la
concepción más animal, para reconstruir la dignidad. Me parecía que el
hecho de que Segismundo lo interpretara una actriz, aunque ella vaya
vestida de hombre, significaba que los hombres no son los únicos que
tienen derecho a tener un recorrido vital, sino también las mujeres”,
explica Helena Pimenta.
Ella sigue siendo Blanca. No hace de hombre, no cambia la voz y no le
han exigido mayor brutalidad. “Ella, una persona muy talentosa y una de
las grandes figuras de la interpretación en España, tiene esa capacidad
de ponerse en esa neutralidad asexuada. Ella ha dejado salir la
fragilidad que lleva dentro y eso ha enriquecido mucho al personaje”,
continúa la responsable del montaje. No es necesaria demasiada sutileza
para descubrir el entusiasmo de esta sólida mujer de la escena,
fundadora del grupo Ur de Teatro y desde septiembre pasado directora de
la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Sabía de los riesgos de esta
propuesta rompedora y más con su primer Calderón de la Barca y su primer
montaje al frente del teatro público, pero nunca anidó dudas y menos
después de contar con el compromiso de ella, Blanca.
Es la primera vez que una mujer interpreta el papel del hijo del rey Basilio, en la obra de Calderón de la Barca
“Cuando alguien quiere contar la historia de un ser humano,
saltándose el hecho de que sea hombre o mujer, y piensa en mí no hay
mayor privilegio. Es un honor. Cada mañana me levanto recordándome la
suerte que tengo, la gran suerte de no haber nacido con las medidas de
90-60-90, de no tener una voz de adolescente, de tener este aspecto que
me permite cosas que igual de otra manera no hubiera podido hacer”.
Blanca Portillo habla de los roles de hombres y mujeres —“están bastante
deshechos aunque todavía falta mucho”— para explicar a su Segismundo.
“Nosotras hemos ejercido una labor de siglos por intentar combinar
nuestra fuerza y nuestra debilidad, por ser fuertes sin que eso nos
impida llorar, ser generosas, amorosas, cuidadosas”. Así ha construido
su Segismundo. “En ningún momento Helena ha querido eliminar a la mujer
que soy, pero tampoco ha prescindido de la parte masculina que yo pueda
tener y del propio personaje. Es muy hermoso. En la obra, hemos sacado
ese lado que a veces los hombres no se atreven a sacar, el aspecto más
sensible, la fragilidad. Segismundo, más allá de su brutalidad, de su
crueldad por momentos, tiene una percepción muy fina de las cosas. Aquí
estamos equilibrando todos esos aspectos del personaje. Este gran
pensador deja de ser un monstruo masculino, dictador, para convertirse
en un ser humano. Hay problemas, angustias, dolores y objetivos a
conseguir que nos pertenecen a todos, hombres y mujeres”.
Suena una tenue música barroca en directo (flauta, viola, cuerda y
percusión) en un lateral de la sala de ensayos de la CNTC, en Madrid,
donde cada mañana desde hace meses retumban los versos de Calderón de la
Barca, se adivinan las rencillas y peleas de esa oscura corte polaca y
se asiste a la violencia más descarnada. “¡Ay mísero de mí, ay,
infelice!”. Las palabras se clavan en un escenario sobrio, construido a
base de una madera clara y rugosa, con un artesonado que produce una
sensación de agobio y que, como en la obra, juega con la realidad y el
sueño, la sombra, los espejos. “Segismundo no está seguro de si está
viviendo un sueño o una realidad, como tampoco debe de estarlo el
espectador”. Perfeccionista ella, Helena Pimenta no ha dejado nada al
azar. Especialista en Shakespeare, con
La vida es sueño acomete
su primer Calderón, grande entre los grandes dramaturgos, sobre el que,
reconoce la directora, han recaído muchos prejuicios, incluso
ideológicos. “Decido elegir Calderón, y concretamente
La vida es sueño,
porque a mí me interesan los textos que me conmueven, que me crean
problemas. En la base de nuestro trabajo está el desconcierto, la
inquietud, la sorpresa.
La vida es sueño es un texto tortuoso
que provoca un gran revoltijo interior. Si tú te inquietas y te ves
removido es que al espectador le va a interesar también. No considero
que el dolor sea un estado fundamental para la creación, pero sí sé que
forma parte de ella”.
La vida es sueño es todo un acto de rebeldía, de lucha
contra el ejer
cicio del poder, con muchas similitudes con la época
actual. En esto, una vez más, coinciden directora y actriz. “Cada día
descubro cosas nuevas desde un análisis teatral, literario, filosófico y
escénico, pero por encima de todo lo que más me importa de esta obra es
expresar esa rebeldía, esa denuncia, lanzada en la época de Calderón y
que hoy está vigente, sobre el hecho de que te diseñen tu vida, que sean
otros los que escriban el relato de tu vida. Es importante denunciar
todo esto con respecto al ejercicio del poder, de la autoridad, pero
también con respecto al poder de los afectos, el del padre sobre el
hijo, el de un profesor frente a su alumno, el de un novio sobre su
pareja. Es decir, los sentimientos entendidos como manipulación”, dice
Pimenta, mientras Portillo se concentra más en el destino individual de
Segismundo para explicar la lucha de los hombres por buscar su lugar en
el mundo, de escucharnos a nosotros mismos, de pelear por ser algo.
“¿Qué soy yo más allá de lo que me dicen que soy? A Segismundo le dicen
primero que es un monstruo, luego que un príncipe. Solo cuando él se da
cuenta de lo que realmente es empieza a funcionar. Cada uno tiene que
luchar por su propio destino y su propio ser. Segismundo somos todos”.
Helena Pimenta: “Los hombres no son los únicos que tienen derecho a tener un recorrido vital como el de Segismundo”
Largas melenas para ellos, pelos cortos o recogidos para ellas. Todo
muy oscuro, los trajes negros, excepto los ropajes rojos y verdes que
visten Rosaura y Clarín, los recién llegados del extranjero a esa
tétrica corte de Polonia en el siglo XVII, todo un nido de intereses y
enfrentamientos voraces. Momentos muy violentos junto a otros de enorme
ternura se han vivido en los ensayos de
La vida es sueño, uno
de los mejores testamentos de la condición humana, según Blanca
Portillo, que con esta obra acomete su tercer Calderón de la Barca, tras
No hay burlas con el amor y
La hija del aire.
“Después de haber hecho Hamlet”, dice la actriz, “uno se da cuenta de
que Calderón no solo está a la altura de Shakespeare, sino que por
momentos lo supera. Hoy por hoy, el recorrido vital de los personajes de
La vida es sueño supera con creces el recorrido vital de los personajes de
Hamlet.
En La vida es sueño, el viaje que hacen todos es tan real, tan bestia,
tan hermoso, tan profundo que hay que quitarse de encima eso de que
Shakespeare es superior. ¡Cuidado! que ahí está La vida es sueño”.
Con respeto pero sin miedo. Así han acometido el texto de Calderón
los integrantes de este montaje de la Compañía Nacional de Teatro
Clásico. La primera, su directora, convencida de que el teatro, y más el
clásico, esconde una lucha obligatoria contra el conservadurismo, donde
hay que garantizar comunicación y, por tanto, conflicto, un espacio
para generar preguntas y contradicciones. “Con los clásicos hay que ser
respetuoso y para serlo hay que estudiarlos en profundidad, conocer bien
la época que retratan, saber bien de dónde nace ese texto. Un texto que
está ahí pero que nosotros debemos amasar para que sirva a la capacidad
de hoy de crear esa poética. El texto de
La vida es sueño
apenas se ha tocado, pero la clave está en cómo lo abordas desde dentro,
en saber reconocer cómo habla de los seres humanos, cómo podemos
escucharlo hoy”.
Clásico o no clásico, nunca hay que subestimar ninguna buena obra,
pero tampoco tenerle un miedo innecesario. “Cada vez que te enfrentas a
un buen texto, sea clásico o no, es una responsabilidad grande. Para mí
el clásico es un teatro maravilloso, aunque hay gente que opina lo
contrario. No me gusta cargarme con más miedos. Calderón era un
teatrero, un amante de la escena, que contó su vida a través de su obra
con una maestría indudable. Lo considero un compañero de viaje, no
quiero mirarlo con majestuosidad porque me paralizaría. Hay que
acercarse a todos ellos con el mismo respeto con el que me acerco a
cualquier persona que es grande y hace bien su trabajo. Quiero quererle,
quiero que me quiera, que me guste, que disfrute haciéndolo. Si uno
dice ¡cuidado, viene Calderón!, la cagamos. Hay que perder ese falso
respeto”.
Este Segismundo le llega a Blanca Portillo en un momento de su vida
profesional muy hermoso. Con 49 años recién cumplidos, dice que le están
ofreciendo los personajes más bonitos de su vida. “También contribuye,
creo, mi grado de madurez personal. He acumulado mucho dolor, mucha
alegría, experiencia, también mucha paz y mucha más energía. Esto no me
hubiera podido pasar hace veinte años. Todo tiene una cierta lógica
porque llevo tiempo indagando dentro de mí misma para saber si puedo ser
útil o no a un personaje”.
Una temporada la que ha vivido Portillo en la que ha habido claros y oscuros. La luz le ha venido con
La avería
—“una de mis grandes alegrías”—, el cuento negro de Friedrich
Dürrenmatt con el que consiguió su primer premio Max como directora de
escena en la última ceremonia, además de otros cuatro más (actor
protagonista, escenografía, figurinista y diseño de iluminación). “La
avería me marcará un antes y un después. Monté esta obra juntando todo
mi aprendizaje de 30 años de carrera, saqué todo lo que tenía en los
bolsillos. He tenido la sensación de que
La avería se ha
convertido para mí en una especie de pasaporte, de alguna manera me ha
dado el derecho a poder trabajar en otro aspecto del teatro que no es el
de la interpretación y eso es como si hubiera empezado una nueva
carrera. Estoy loca de contenta, como una cría”. Los nubarrones los puso
el Festival de Teatro de Mérida, certamen que codirigió a lo largo de
una sola edición junto a la productora Chusa Martín y del que salieron
tras percatarse de las “irregularidades y mentiras”. A pesar de todos
los disgustos, Portillo califica de “aventura maravillosa” su paso por
Mérida, del que no se arrepiente en absoluto. “Es más, no creo que no
valga para dirigir un festival. Igual suena soberbio o vanidoso, pero
esta mala experiencia no me ha quitado confianza sobre mi capacidad para
dirigir un festival. Eso sí que no lo han conseguido. Lo que sí sé que
no puedo, después de Mérida, es moverme en la mentira. No sabía que
había tanta mentira. Hay un mundo que tiene que ver con la política que
me produce una profunda repugnancia. Está claro que mi reino no es de
ese mundo. Vivo en la verdad, que para eso saco mi alma desnuda cuando
me subo a un escenario. He aprendido que en la mentira me asfixio”.
La cuarta de ocho hermanos, en una familia en la que el padre
falleció prematuramente, la actriz tiene una buena toma de tierra desde
chica. No se cree casi nada. El éxito y los elogios que recibe de su
trabajo en el teatro, pero también en el cine y, antes, en la
televisión, los ve pasar con satisfacción pero con cautela, recogiéndose
en su casa cada vez que algo de esto pasa. También en Segismundo ha
encontrado un gran maestro. ¿Preso desterrado y solitario, y luego
príncipe elogiado? ¿Dónde acaba el sueño y empieza la realidad? Portillo
sabe que la vida tiene mucho de sueño y más en su profesión —“hoy estás
aquí y mañana, no”—. Por eso solo cree en lo que toca. “Nunca voy a
decir que soy una mala actriz, nunca. Sé que valgo para esto, trabajo
mucho y sé que lo hago bien, intentando siempre perfeccionarme más y
más, que no me he equivocado de profesión, pero Segismundo te ayuda a
bajar de nuevo a la tierra”.
Y aparece de nuevo en la voz de Blanca
Portillo otro monólogo del príncipe de
La vida es sueño. “Sueña
el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando… Sueña el rico en
su riqueza… Sueña el pobre que padece… ¿Qué es la vida? Un frenesí /
¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor
bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños
son.
La vida es sueño. Calderón de la Barca.
Dirección: Helena Pimenta. Intérpretes: Blanca Portillo, Marta Poveda,
David Lorente, Fernando Sansegundo, Joaquín Notario. Compañía Nacional
de Teatro Clásico. Teatro Pavón de Madrid. Del 18 de septiembre al 16 de
diciembre.