30.11.12

Leonard Cohen - La Manic




http://www.mediafire.com/?sk1bcw4y34x05uy


LA MANIC
Si tú supieras lo largo que se hace el tiempo en La Manic
Escribirías más a menudo, a Manicouagan
Algunas veces pienso en ti con tanta insistencia
Que recreo tu alma y tu cuerpo
Y te miro, y me colmo de la maravilla
Me arrojo dentro de ti
Como el río dentro en la mar
Y la flor dentro de la abeja
Mi dulce amante, tu frente sedosa
Tus ojos de terciopelo, ¿en qué se transforman cuando no estoy?
¿Vuelves tu mirada hacia la costa del Norte
Para ver un poco, para ver algo más?
Mi mano indicándote que esperes
En el crepúsculo y el amanecer, te alcanzo
Te encuentro donde quieras estar
Y te guardo conmigo
Dime que pasa en Trois-Rivières y en Quebec
Donde tanto hay que hacer y cada cosa la hacemos
Dime qué pasa en Montreal
En el lado oscuro de la calle
Donde tú siempre eres la más bella
Porque la fealdad no se te puede arrimar
Tú, a quien amaré hasta el día de mi muerte
Eterna mía
Pasamos todo el día fanfarroneando
Pero somos buenos tipos fieles a sus amores
Alguno toca la guitarra
Otros el acordeón
Para pasar el tiempo, cuando se hace largo el tiempo
Pero yo, toco sobre mi amor
Y bailo, digo tu nombre
Porque te quiero tanto
Si tú supieras lo largo que es el tiempo en La Manic
Escribirías más a menudo a Manicouagan
Si no tienes mucho que decirme
Escribe las palabras “te quiero” cien veces
Será el poema más hermoso
Lo leeré cien veces
Cien veces, cien veces no son tantas
Para los que están enamorados
Con que supieras lo largo que es el tiempo en La Manic
Escribirías más a menudo a Manicouagan



 Fuente: Kurattone Kurattino... t'e miso dint'a lluocchie 'o mare e m'e miso 'npietto a me 'nu dispiacere...

 http://kuratti.wordpress.com/2012/12/04/la-manic-de-georges-dor-por-leonard-cohen/

17.11.12

Blanca



Como no puedo escribir, no pude reseñar su Segismundo en el Pavón. Corto y pego de El País para que conste.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/16/actualidad/1353071408_377318.html

 

Esta edición el Premio Nacional de Teatro no sólo ha recaído en una gran actriz y directora, Blanca Portillo, tocada por los dioses cada vez que genera algo encima de un escenario. Ha sido también un premio a la tenacidad, al esfuerzo, a una manera de trabajar sin resuello, buscando continuamente cómo hacer crecer el teatro, el propio y el ajeno, aún a costa de menguar el bolsillo propio, de esquilmar el tiempo de descanso. No sólo se ha premiado a una mujer que es una auténtica talenta, sino que el galardón da la sensación de que ha ido a parar a un concepto y a una manera de entender la creación escénica, abordada desde un territorio en el que todo está interrelacionado: textos, escuelas, creadores, teatros, compañías, formas de trabajar… Y si alguien es todo un ejemplo para la profesión, para los espectadores, para la cultura de un país es la actriz, productora y directora Blanca Portillo que se ha hecho con este galardón concedido anualmente por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y dotado con 30.000 euros. Un dinero que una vez más irá a parar a alguna de las muchas producciones que aborda, unas veces como productora, otras como actriz, otras como directora, otras como todo eso y algo más. Eso sí, antes de colocar la pecunia en un proyecto nuevo, ha decidido apartar una pequeña cantidad para gambas. “Me entusiasma que me lo hayan dado un día que tengo función y puedo compartirlo con el público, con los que sepan que me lo han dado y con los que no se hayan enterado”.

  Para ella, su trabajo en La vida es sueño, de Calderón con dirección de Helena Pimenta, que representa en el Teatro Pavón y para la cual no hay entradas desde hace tiempo, está siendo muy especial todos los días, desde que la estrenó con la Compañía Nacional de Teatro Clásico este verano en el Festival de Almagro: “Pero hoy [por anoche] tendrá un componente emocional muy fuerte, voy a estar contenta y feliz, va a ser una función con una dosis superior de emoción”.
De hecho, La vida es sueño, junto con “su aportación en recientes espectáculos como Medea o Hamlet, ambas de 2009; Paseo romántico (2010); La avería o Antígona (2011)” han influido en la decisión del jurado, según el comunicado del Ministerio en el que también se dice que se le ha concedido por “su amplia y variada trayectoria profesional, su valentía al asumir nuevos retos escénicos y su defensa del teatro como compromiso con la sociedad”.

Ayer, minutos después de enterarse de que le habían concedido el galardón, Portillo reía y contaba que su primera impresión ha sido la de no creérselo: “Luego me he sentido muy muy pequeña, y me ha venido a la cabeza el día que terminé los estudios en la Escuela de Arte Dramático y le dije a mi gran maestro Pepe Estruch: ‘¿Y ahora qué?’. El me abrazó y sólo me dijo: ‘Ahora aguanta”. Y la actriz aguantó, y mucho. Aunque hubo algún momento en que estuvo a punto de tirar la toalla. Hace unos lustros se llegó a plantear cambiar de oficio y le salvó participar en el Marat Sade de Narros con un papel casi de figuración, haciendo una loquita. Algo que debería servir de reflexión a los que tanto recortan el teatro llevándolo a una situación agónica. “Ahora que han pasado años y miro hacia atrás, nunca, ni en mis mejores sueños, podía imaginarme lo que ha pasado y a dónde he llegado”, defiende la actriz.

Tiene claro que ella es producto de todos sus maestros entre los cuales siempre destaca, después de Estruch, a José Luis Gómez, Jorge Lavelli y Tomaz Pandur. “Llevamos mucho tiempo luchando por cosas, no puedo evitar dedicarle el premio a ellos y a toda la gente con la que he trabajado. Soy el producto de todos ellos”, señala Portillo, que tiene claro, clarísimo, que no eliminaría nada de lo que ha hecho en su trayectoria profesional: “Es más, las cosas malas que me han ocurrido han sido de lo más fructíferas, porque se aprende mucho cometiendo errores, viendo cuándo eliges mal un camino o cuándo te llevan por un territorio que no es el que deseas; no tengo más remedio que confesar que estoy muy orgullosa de mi carrera en la que he tenido el privilegio de definir todo con plena conciencia, no borraría nada de ella”.

La actriz aprovecha el galardón para lanzar su homenaje al teatro: “En principio pensaba en la gente que desde los comienzos creyó en mí y que no ha habido ni un solo día que no me hayan apoyado, pero dado los momentos que hemos vivido y vivimos en el mundo de la cultura, tan de capa caída, se lo quiero dedicar al teatro y a su misión de seguir moviendo conciencias y corazones”.


http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/26/actualidad/1340720831_441409.html


Ay mísero de mí, ay, infelice! ¡Cuántas veces ha soñado Blanca Portillo con esas palabras! Y con estas otras que siguen: “Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí /contra vosotros naciendo…”. ¡Cuántas veces con poder clamar en un escenario ese grito universal de infelicidad y angustia, de dolor, que lanza el príncipe Segismundo desde su encierro! Descalza, con argolla al cuello y una cadena atada al suelo, Blanca Portillo, ropajes claros algo andrajosos, está como agazapada, tirada en una cueva. Se va incorporando muy lentamente, con las manos defendiéndose de esa argolla que la ahoga, y su voz inunda el escenario. “¡Ay mísero de mí, ay, infelice!”. Una voz tremenda, desgarrada y desdichada.

Sueño cumplido. Blanca Portillo será la princesa Segismundo en La vida es sueño, el paradigma del teatro barroco español, ese testamento de la condición humana que escribió Calderón de la Barca en el siglo XVII. La vida es sueño, primer montaje dirigido por Helena Pimenta como responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, inaugurará el próximo 6 de julio el Festival de Almagro, una de las grandes citas teatrales del verano. Junto a Blanca Portillo en el papel de Segismundo subirán al escenario, entre otros, Marta Poveda (Rosaura), David Lorente (Clarín), Fernando Sansegundo (Clotaldo) y Joaquín Notario (el rey Basilio).

Ella es Blanca. Él es Segismundo. Así se dirige Helena Pimenta cuando habla con la actriz o cuando se refiere al mítico personaje, nacido príncipe, encarcelado y finalmente liberado. Por primera vez una mujer interpreta el papel de Segismundo. “En el teatro clásico, los papeles masculinos tienen una mayor dimensión en abundancia y profundidad. Para mí, Segismundo es un ser humano, representa el recorrido vital de un ser humano, su despertar a la conciencia y su capacidad, desde la concepción más animal, para reconstruir la dignidad. Me parecía que el hecho de que Segismundo lo interpretara una actriz, aunque ella vaya vestida de hombre, significaba que los hombres no son los únicos que tienen derecho a tener un recorrido vital, sino también las mujeres”, explica Helena Pimenta.
Ella sigue siendo Blanca. No hace de hombre, no cambia la voz y no le han exigido mayor brutalidad. “Ella, una persona muy talentosa y una de las grandes figuras de la interpretación en España, tiene esa capacidad de ponerse en esa neutralidad asexuada. Ella ha dejado salir la fragilidad que lleva dentro y eso ha enriquecido mucho al personaje”, continúa la responsable del montaje. No es necesaria demasiada sutileza para descubrir el entusiasmo de esta sólida mujer de la escena, fundadora del grupo Ur de Teatro y desde septiembre pasado directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Sabía de los riesgos de esta propuesta rompedora y más con su primer Calderón de la Barca y su primer montaje al frente del teatro público, pero nunca anidó dudas y menos después de contar con el compromiso de ella, Blanca.


Es la primera vez que una mujer interpreta el papel del hijo del rey Basilio, en la obra de Calderón de la Barca
“Cuando alguien quiere contar la historia de un ser humano, saltándose el hecho de que sea hombre o mujer, y piensa en mí no hay mayor privilegio. Es un honor. Cada mañana me levanto recordándome la suerte que tengo, la gran suerte de no haber nacido con las medidas de 90-60-90, de no tener una voz de adolescente, de tener este aspecto que me permite cosas que igual de otra manera no hubiera podido hacer”. Blanca Portillo habla de los roles de hombres y mujeres —“están bastante deshechos aunque todavía falta mucho”— para explicar a su Segismundo. “Nosotras hemos ejercido una labor de siglos por intentar combinar nuestra fuerza y nuestra debilidad, por ser fuertes sin que eso nos impida llorar, ser generosas, amorosas, cuidadosas”. Así ha construido su Segismundo. “En ningún momento Helena ha querido eliminar a la mujer que soy, pero tampoco ha prescindido de la parte masculina que yo pueda tener y del propio personaje. Es muy hermoso. En la obra, hemos sacado ese lado que a veces los hombres no se atreven a sacar, el aspecto más sensible, la fragilidad. Segismundo, más allá de su brutalidad, de su crueldad por momentos, tiene una percepción muy fina de las cosas. Aquí estamos equilibrando todos esos aspectos del personaje. Este gran pensador deja de ser un monstruo masculino, dictador, para convertirse en un ser humano. Hay problemas, angustias, dolores y objetivos a conseguir que nos pertenecen a todos, hombres y mujeres”.

Suena una tenue música barroca en directo (flauta, viola, cuerda y percusión) en un lateral de la sala de ensayos de la CNTC, en Madrid, donde cada mañana desde hace meses retumban los versos de Calderón de la Barca, se adivinan las rencillas y peleas de esa oscura corte polaca y se asiste a la violencia más descarnada. “¡Ay mísero de mí, ay, infelice!”. Las palabras se clavan en un escenario sobrio, construido a base de una madera clara y rugosa, con un artesonado que produce una sensación de agobio y que, como en la obra, juega con la realidad y el sueño, la sombra, los espejos. “Segismundo no está seguro de si está viviendo un sueño o una realidad, como tampoco debe de estarlo el espectador”. Perfeccionista ella, Helena Pimenta no ha dejado nada al azar. Especialista en Shakespeare, con La vida es sueño acomete su primer Calderón, grande entre los grandes dramaturgos, sobre el que, reconoce la directora, han recaído muchos prejuicios, incluso ideológicos. “Decido elegir Calderón, y concretamente La vida es sueño, porque a mí me interesan los textos que me conmueven, que me crean problemas. En la base de nuestro trabajo está el desconcierto, la inquietud, la sorpresa. La vida es sueño es un texto tortuoso que provoca un gran revoltijo interior. Si tú te inquietas y te ves removido es que al espectador le va a interesar también. No considero que el dolor sea un estado fundamental para la creación, pero sí sé que forma parte de ella”.

La vida es sueño es todo un acto de rebeldía, de lucha contra el ejer
cicio del poder, con muchas similitudes con la época actual. En esto, una vez más, coinciden directora y actriz. “Cada día descubro cosas nuevas desde un análisis teatral, literario, filosófico y escénico, pero por encima de todo lo que más me importa de esta obra es expresar esa rebeldía, esa denuncia, lanzada en la época de Calderón y que hoy está vigente, sobre el hecho de que te diseñen tu vida, que sean otros los que escriban el relato de tu vida. Es importante denunciar todo esto con respecto al ejercicio del poder, de la autoridad, pero también con respecto al poder de los afectos, el del padre sobre el hijo, el de un profesor frente a su alumno, el de un novio sobre su pareja. Es decir, los sentimientos entendidos como manipulación”, dice Pimenta, mientras Portillo se concentra más en el destino individual de Segismundo para explicar la lucha de los hombres por buscar su lugar en el mundo, de escucharnos a nosotros mismos, de pelear por ser algo. “¿Qué soy yo más allá de lo que me dicen que soy? A Segismundo le dicen primero que es un monstruo, luego que un príncipe. Solo cuando él se da cuenta de lo que realmente es empieza a funcionar. Cada uno tiene que luchar por su propio destino y su propio ser. Segismundo somos todos”.


Helena Pimenta: “Los hombres no son los únicos que tienen derecho a tener un recorrido vital como el de Segismundo”
Largas melenas para ellos, pelos cortos o recogidos para ellas. Todo muy oscuro, los trajes negros, excepto los ropajes rojos y verdes que visten Rosaura y Clarín, los recién llegados del extranjero a esa tétrica corte de Polonia en el siglo XVII, todo un nido de intereses y enfrentamientos voraces. Momentos muy violentos junto a otros de enorme ternura se han vivido en los ensayos de La vida es sueño, uno de los mejores testamentos de la condición humana, según Blanca Portillo, que con esta obra acomete su tercer Calderón de la Barca, tras No hay burlas con el amor y La hija del aire. “Después de haber hecho Hamlet”, dice la actriz, “uno se da cuenta de que Calderón no solo está a la altura de Shakespeare, sino que por momentos lo supera. Hoy por hoy, el recorrido vital de los personajes de La vida es sueño supera con creces el recorrido vital de los personajes de Hamlet. En La vida es sueño, el viaje que hacen todos es tan real, tan bestia, tan hermoso, tan profundo que hay que quitarse de encima eso de que Shakespeare es superior. ¡Cuidado! que ahí está La vida es sueño”.

Con respeto pero sin miedo. Así han acometido el texto de Calderón los integrantes de este montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La primera, su directora, convencida de que el teatro, y más el clásico, esconde una lucha obligatoria contra el conservadurismo, donde hay que garantizar comunicación y, por tanto, conflicto, un espacio para generar preguntas y contradicciones. “Con los clásicos hay que ser respetuoso y para serlo hay que estudiarlos en profundidad, conocer bien la época que retratan, saber bien de dónde nace ese texto. Un texto que está ahí pero que nosotros debemos amasar para que sirva a la capacidad de hoy de crear esa poética. El texto de La vida es sueño apenas se ha tocado, pero la clave está en cómo lo abordas desde dentro, en saber reconocer cómo habla de los seres humanos, cómo podemos escucharlo hoy”.
Clásico o no clásico, nunca hay que subestimar ninguna buena obra, pero tampoco tenerle un miedo innecesario. “Cada vez que te enfrentas a un buen texto, sea clásico o no, es una responsabilidad grande. Para mí el clásico es un teatro maravilloso, aunque hay gente que opina lo contrario. No me gusta cargarme con más miedos. Calderón era un teatrero, un amante de la escena, que contó su vida a través de su obra con una maestría indudable. Lo considero un compañero de viaje, no quiero mirarlo con majestuosidad porque me paralizaría. Hay que acercarse a todos ellos con el mismo respeto con el que me acerco a cualquier persona que es grande y hace bien su trabajo. Quiero quererle, quiero que me quiera, que me guste, que disfrute haciéndolo. Si uno dice ¡cuidado, viene Calderón!, la cagamos. Hay que perder ese falso respeto”.



Este Segismundo le llega a Blanca Portillo en un momento de su vida profesional muy hermoso. Con 49 años recién cumplidos, dice que le están ofreciendo los personajes más bonitos de su vida. “También contribuye, creo, mi grado de madurez personal. He acumulado mucho dolor, mucha alegría, experiencia, también mucha paz y mucha más energía. Esto no me hubiera podido pasar hace veinte años. Todo tiene una cierta lógica porque llevo tiempo indagando dentro de mí misma para saber si puedo ser útil o no a un personaje”.

Una temporada la que ha vivido Portillo en la que ha habido claros y oscuros. La luz le ha venido con La avería —“una de mis grandes alegrías”—, el cuento negro de Friedrich Dürrenmatt con el que consiguió su primer premio Max como directora de escena en la última ceremonia, además de otros cuatro más (actor protagonista, escenografía, figurinista y diseño de iluminación). “La avería me marcará un antes y un después. Monté esta obra juntando todo mi aprendizaje de 30 años de carrera, saqué todo lo que tenía en los bolsillos. He tenido la sensación de que La avería se ha convertido para mí en una especie de pasaporte, de alguna manera me ha dado el derecho a poder trabajar en otro aspecto del teatro que no es el de la interpretación y eso es como si hubiera empezado una nueva carrera. Estoy loca de contenta, como una cría”. Los nubarrones los puso el Festival de Teatro de Mérida, certamen que codirigió a lo largo de una sola edición junto a la productora Chusa Martín y del que salieron tras percatarse de las “irregularidades y mentiras”. A pesar de todos los disgustos, Portillo califica de “aventura maravillosa” su paso por Mérida, del que no se arrepiente en absoluto. “Es más, no creo que no valga para dirigir un festival. Igual suena soberbio o vanidoso, pero esta mala experiencia no me ha quitado confianza sobre mi capacidad para dirigir un festival. Eso sí que no lo han conseguido. Lo que sí sé que no puedo, después de Mérida, es moverme en la mentira. No sabía que había tanta mentira. Hay un mundo que tiene que ver con la política que me produce una profunda repugnancia. Está claro que mi reino no es de ese mundo. Vivo en la verdad, que para eso saco mi alma desnuda cuando me subo a un escenario. He aprendido que en la mentira me asfixio”.

La cuarta de ocho hermanos, en una familia en la que el padre falleció prematuramente, la actriz tiene una buena toma de tierra desde chica. No se cree casi nada. El éxito y los elogios que recibe de su trabajo en el teatro, pero también en el cine y, antes, en la televisión, los ve pasar con satisfacción pero con cautela, recogiéndose en su casa cada vez que algo de esto pasa. También en Segismundo ha encontrado un gran maestro. ¿Preso desterrado y solitario, y luego príncipe elogiado? ¿Dónde acaba el sueño y empieza la realidad? Portillo sabe que la vida tiene mucho de sueño y más en su profesión —“hoy estás aquí y mañana, no”—. Por eso solo cree en lo que toca. “Nunca voy a decir que soy una mala actriz, nunca. Sé que valgo para esto, trabajo mucho y sé que lo hago bien, intentando siempre perfeccionarme más y más, que no me he equivocado de profesión, pero Segismundo te ayuda a bajar de nuevo a la tierra”.

 Y aparece de nuevo en la voz de Blanca Portillo otro monólogo del príncipe de La vida es sueño. “Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando… Sueña el rico en su riqueza… Sueña el pobre que padece… ¿Qué es la vida? Un frenesí / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.

La vida es sueño. Calderón de la Barca. Dirección: Helena Pimenta. Intérpretes: Blanca Portillo, Marta Poveda, David Lorente, Fernando Sansegundo, Joaquín Notario. Compañía Nacional de Teatro Clásico.  Teatro Pavón de Madrid. Del 18 de septiembre al 16 de diciembre.