31.10.09

No recuerdo si aun había tranvías cuando yo llegue aquí. La calle era un camino donde yo jugaba a la pelota con mi padre. Mi padre llegaba de trabajar sobre las 7 de la tarde. Se levantaba a las 5 para ir otra vez a la obra, aunque a veces iba a las 12 de la noche. Yo entonces no sabía a donde tenía que ir a trabajar cuando era la hora de acostarse. A mi padre le recogía un coche en un punto del barrio y le llevaba a otra parte de la ciudad. Allí recogían a un señor muy importante que se bajaba de otro coche para montarse en el que iba mi padre y este, le llevaba a otro punto de la ciudad donde se bajaba y se montaba en otro. Vaya chocho de trasbordos de coches. Mi padre nos contaba esto al día siguiente y yo le preguntaba si era taxista de noche. Una vez cumplido el servicio se iba a trabajar sin dormir. Así los dias que hiciera falta. Cuando el servicio no era a un tal Santiago, era a otro. Y cuando no la excursión nocturna era a pegar carteles o a hacer pintadas. Todavía hay una en el polígono industrial donde trabajo. “Carrillo libertad”, pone. Años después se que mi padre tuvo suerte. La policía nunca intercepto ninguno de estos servicios, y de ninguna manifestación vino herido. Incluso me traía pelotas chamuscadas de goma maciza. Pelotas que mi madre prudentemente me retiraba de los juguetes al otro día porque podían hacer daño. Podían hacer más que daño. Tiradas desde un fusil podían y lo hicieron, abrir la cabeza a un tío y matarle. Todo lo más que le paso a mi padre fue ir detenido a Sol en un autobús de la policía y llevarse una somanta de hostias. Al día siguiente le soltaban porque no era un dirigente y no tenían sitio para tanta detención. Mientras unos hacían estas cosas, otros estaban en su casa tranquilamente durmiendo. Se tiraron durmiendo cuarenta años y luego despertaron intentando pactar que se quedaran fuera de la fiesta los despiertos. Los que habían estado preparando el party, precisamente. Les salio mal porque todo el mundo parecía haber estado despierto y el Duque sabia que no se podía hacer nada sin ellos. Como podían intentar dejar fuera a tíos que podían estar una semana sin dormir pegando carteles si se lo pedía El Partido. Esos tíos pacíficos, padres de familia, obreros manuales, albañiles, estudiantes… Esos tíos podían poner el país boca abajo si se lo pedían. Y además no necesitaban ni una asamblea, ni una explicación, ni hacerse una pregunta para hacerlo. No lo hicieron y quizás tuvieron que haberlo hecho aunque eso sea fácil de decir ahora. Hoy, Herrero De Miñon reconoce tranquilamente que el sistema electoral esta proporcionalmente diseñado para desactivar la fuerza del Partido Comunista. Para que el voto desperdigado por provincias no tenga ningún efecto si es poco, y una fuerza desproporcionada si se concentra. De nada sirve tener dos millones de votos en toda la nación, si se tienen apenas cien mil en una provincia. Carrillo pacto aquello y mando a Sole-Tura a firmarlo. Hoy son padres honorables de nuestra constitución. Hoy están los dos en el soe. Una constitución que ni siquiera cumplen y que cuando sale alguien diciendo que no quiere la revolución, que no quiera una nueva carta magna, que lo único que a lo que aspira es a que se cumpla la que tenemos con ella en la mano, le llaman loco, Mesías e iluminado. Lo único intocable de la constitución es la libertad de mercado, la corona, y la indisoluble unidad de la patria. Lo demás se lo pasan por el forro. Tranquilamente. Si el más mínimo sonrojo.

Al poco tiempo, muchísimos de los que habían estado trabajando despiertos por la noche, se pasaron al bando de los que pasaron los cuarenta años durmiendo placidamente por la noche. En realidad la mayoría también había estado durmiendo por la noche mandando a los obreros ha hacer la noche. Eran los tiempos del famoso cambio de chaqueta. Una frase que se hizo famosísima cuando yo era pequeño. Hoy en día se sigue produciendo aunque lo llaman, “abrirse a la sociedad”, “modernizarse”, “no quedarse anquilosado en el pasado”, “ser útil”. En realidad quiere decir colocarse. Traicionar y cobrar por ello, porque aquí Roma sí paga traidores. Y el chorreo de traidores no ha parado desde que tengo uso de razón. Lo hacen porque quieren tener un coche oficial, un sueldo que su mediocridad nunca les permitiría. Quieren saber hablar de vinos, de puros. Quieren vivir estupendamente y no tener preocupaciones. En realidad es fácil. Se auto convencen de los grandes servicios que prestan desde su despacho, o pactando mientras comen en restaurantes caros con sus teóricos enemigos. Así se avanza. Se es más práctico, se consiguen más avances. Saben que es mentira. Saben que solo avanzan ellos. Que somos el país en el que más paro hay de Europa y en el que los salarios son más bajos. Saben que no se nota en nada la alternancia. Que estamos en Canovas y Sagasta. Que la televisión nos entretiene. Que cambian cromos. Consejos de dirección. Direcciones generales. Ministerios. Saben que al fin y al cabo trabajan para lo mismo. Hacen lo mismo. Son lo mismo.

Cuando llegamos a San Blas empecé a ir al colegio. El cole estaba en un camino en medio de mi barrio y Vicalvaro. Eran tres barracones prefabricados para pequeños, medianos, y mayores. El camino salía de la Avda de Guadalajara y se adentraba por el campo. Recuerdo un frío polar.