28.10.06

San Blas mil novecientos ochenta y tantos...

No hace muchos años, cuando la dimensión de mi ciudad empezaba a hacérseme notar, los chicos del barrio no necesitábamos del autobus 70 para acercarnos a la Cruz. Teníamos un amigo que a eso de las 6 de la tarde pasaba siempre por delante de mi casa y del parque donde jugábamos en su particular vehículo. Él iba a recoger el cartón de las tiendas de Alcalá en una galera. En la misma nos montábamos nosotros los sábados con pantalones de domingo y mil pesetas en los bolsillos. Una galera era un camión, la caja de un camión, tirada por 2 o 3 hermosos caballos: Rayo, Kempes, y del tercero no recuerdo el nombre. Un carro de caballos que no sabia de itv’s, ni de contaminación de tubos de escape. El trayecto podía durar de 10 a 15 minutos, dependiendo de si José (que así se llamaba nuestro amigo) considerara importante la cantidad de cartón que pudiéramos encontrar por García Noblejas en el trayecto. Si había muchas cajas a la puerta de la fensa, nos bajábamos con él y en dos minutos el cartón estaba en la galera. Éramos harapientos monarcas en un barco pirata desde el que mirábamos por encima a los coches. Mi madre no tenía problema, ya que conocía a José desde hacía muchos años y de vez en cuando subía a mi casa a llenar la cantimplora o a llevarse una fiambrera (hoy conocida como “Tupperware”) con tortilla. Con mi padre de vez en cuando se tomaba un chato los domingos en bares donde se podía cantar. Hoy los bares no dejan cantar a los parroquianos, no hace mucho me echaron de uno del barrio por arrancarme con un tango. Y eso que antes lo más suave que se cantaba en los bares de mi barrio era el “5º regimiento” o esa versión de “Ay Carmela” donde se cambia la estrofa del paradero adonde se podía escribir, que dejaba de ser “en el puente los franceses 1ª línea de fuego”, y se convertía en “Cárcel de Carabanchel, entre estudiantes y obreros”. Realmente los tiempos eran mucho más duros y más confiados al mismo tiempo de lo que ahora son. Entre semana, si José no llevaba demasiada prisa, aparcaba la galera (siempre había sitio) y, mientras los caballos merendaban hierba del parque, él se sumaba a jugar al bacón con nosotros. A veces quedábamos con él los sábados por la mañana y nos íbamos de viaje en bici a continentes remotos, como Moratalaz o Vicálvaro. No debíamos tener muy buena pinta porque los padres, al vernos llegar a las fuentes de los parques de Moratalaz, llamaban a sus retoños y no les dejaban más radio que dos metros a su vera para andar con sus bicis o balones. Seguramente creían que íbamos a escenificar un plan renove de vehículos a dos ruedas. Les cuento esto porque ya ando un poco mejor hoy, aunque nunca tan bien como anduve por mi calle montado en la Galera de José, vestido de domingo, camino del metro de Ciudad Lineal con mil pelas en el bolsillo.

1 comentario:

V dijo...

Poe cierto, Yo soy el mateco, trento era algo demasiado oscuro. Yo soy muchos nombres y muchos hombres a la vez...