Es la
primera vez en 20 exactos años que estando Bob Dylan por España, no me cojo
vacaciones y me lanzo detrás de su autocar por pabellones deportivos, plazas de
toros o recintos surrealistas cerrados con contenedores de barco. No me puedo
quejar porque aun así arañare tres muescas en forma de entradas para ver la
mayoría de los conciertos de esta gira. Entra Cisco Fran al bar y la gente le
aplaude. Yo siento reverencia por Cisco Fran, quizás porque me abrió su casa
sin conocerme precisamente hace 20 años ahora, en aquella primera gira que hice
en el 95. El caso es que no soy el único que muestra respeto a Cisco. Kuratti y
Marcos Placer también reciben con aplausos al mítico Dylanita, músico, profesor
y sobre todo gran persona.
Viajo con
Alejandro García desde la estación de Avda. de América. Con Alejandro García me
entiendo casi sin mirarme, sin hablar. En el medio este español nos aguardan
Antonio Iriarte y Manuel Díaz. Si toda religión tiene un papa la del dylanismo
español tiene a Iriarte por sumo pontífice y así se lo recuerdan en bares donde
la gente le reconoce. Iriarte entre tímido y discreto asiente al besamanos de
cada show con exquisita educación para lo que soporta. Díaz Echeguren, que siempre jugó a pasar
inadvertido, disfruta de su anonimato siendo el español que más shows ha visto
a Bob Dylan en España de lejos y uno de los que más del mundo.
Disfrutamos
de un Dylan diferente al que veníamos conociendo de tantos años. De un Dylan que
cada vez más cerca del Swing y de las baladas entonadas con dinamita y
terciopelo en cada silaba. De un pianista esta vez sí, excepcional y de una
presencia física sin igual en el mundo del show-bussines actual. Alguien con
ese halo de honestidad y verdad que morirá con él cuando se vaya, y nunca más
se podrá disfrutar en nadie. Bajo tranquilamente las escaleras del pabellón de
Zaragoza y compruebo con pavor la altura desde la que salté desde la grada al
parquet en 1995 y 1999. Es de agradecer las entradas numeradas esta noche
porque te permiten pasar del telonero, y sobre todo llegar a tu asiento sin
tener que volar dos metros antes de esprintar hasta la valla.
Sopla el viento a la salida y nos encaminamos
a viajar a mi ciudad de vuelta charlando sobre el show y adelantando a camiones
de doce ruedas. En un día Toni Kuratti se montara en mi coche para ir a buscar más
canciones en un país del norte. Para tomar la comunión conmigo y beber del cáliz
que nos mantiene jóvenes, salvajes y vivos. Para pasarme el vaso que nos hace
creernos especiales y creer a pies juntillas con fanatismo armónico en quien creímos
más que a nuestro padre. En quien aceptamos todo como jamás antes ni después admitimos
y admitiremos a nadie más.
Tenía un
profesor en la facultad que siempre que le pedían un artículo sobre el siglo
XIX colaba el mismo y se justificaba con lo poco que le pagaban por ello. Bob
Dylan podría intentar colarnos el mismo show todas las noches y sería mucho más
agasajado y popular de lo que lo está siendo en esta gira. Aunque es una vieja
querella, uno no se resiste a echarle un vistazo a las crónicas sabiendo de
sobra lo mal que le van a sentar a su salud. Veinte años después se sigue
poniendo por escrito que Dylan no saluda, que Dylan no se hace fotos y que
Dylan no canta las canciones como en sus discos. En veinte años han llegado los teléfonos
móviles, los televisores de plasma, los coches eléctricos… pero el periodismo
musical español cuando de Dylan se trata, parece que sigue viendo un partido de
baloncesto que se juega con un balón Voit. Además tiene sus propios trolls.
Enfants terribles de 70 años que no perdonan que Dylan jamás les concediera una
entrevista o se hiciera una foto con ellos. Julián Ruíz da más pena que vergüenza
ajena encarnando al abuelito chocho que se caga en la cama para joder y
demostrar que sigue siendo una salvaje. Afortunadamente Fernando Navarro y
Alberto Bravo escriben cosas que saben que son ciertas y las ponen en sus periódicos.
La carretera
nos lo dio todo. Okies que vagan tras entradas y algo de amistad que no
encontraron en sus lugares de origen o que perdieron cuando se agotó la paciencia
de sus mujeres. Sangre en sus márgenes que se cobro la vida de algún mártir.
Billetes de avión, cerveza belga, rubias alemanas, pintas en Victoria, puentes
en el Sena. Y noches de otro tiempo que ahora son tesoros emocionales aunque estén
al alcance de todo el mundo. De otro tiempo que tampoco es mejor que este,
porque esta gira de crooner se recordara como algo único cuando todo acabe
y pasen también a ser fortuna sentimental de tipos que compartirán un trago
largo discerniendo si el Simple Twist de she was born in Spain fue solo en Madrid o si el traje
de las espadas fue en 2012 o 2015.
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