18.3.10

Mis padres eran extremeños. Una de las cosas más feas que, yo creía se podía ser. Yo decía que era de Madrid, nunca me reconocí como extremeño, nunca, hasta que me hice mayor. Extremadura era para mí una pesadilla en el verano cuando me arrancaban de jugar con mis amigos, y me metían en el coche de uno de los hermanos de mi madre durante tropecientas horas.

Aquel viaje era una pesadilla. Caravana, puertos, curvas… Podía durar ocho horas en un ochocientos cincuenta con seis ocupantes. Al llegar allí de noche, descubrías que no tenías cama y que tenías que dormir bien con tus padres, bien con tus primos. Un mínimo de tres por cama, y así durante un mes. Volver a estar sin agua como en la casa del barrio Bilbao, y pegarte caminatas por cuestas para casi todo. Para ir a por el pan, para ir a la piscina, para ir a ver a la tía de tu madre que no te conoce… a todos los niños les gusta el pueblo. Hacen amigos que hablan raro, van al campo como si fuera la selva y los abuelos les dan veinte duros. Yo odiaba ese pueblo donde tenía que estar todo el día rodeado de primos, tías, y gente que no conocía de nada. Una pesadilla. Aquello no solía durar mucho porque mi madre se ponía siempre mala por el calor y las cuestas, y tocaba regresar a Madrid y pasarse unos días en la Concha.


Pasaron muchos años hasta que volví a Extremadura por voluntad propia. Mucho tiempo hasta que me di cuenta de que era Extremadura, y que significaba para mis padres, mis abuelos, mi familia. Extremadura siempre ha estado sola. Nunca ha tenido la gracia andaluza, ni la sobriedad castellana. Nunca ha reivindicado autonomía, ni ha levantado la voz para nada. Pero Extremadura fue capaz de mandar a conquistar el mundo y conquistarlo para España. Y de ocupar Hannover, Múnich, Oberhaussen, Dussendorff, Pinto, Fuenlabrada, Móstoles, Getafe, Villaverde, San Blas… fue capaz de mandar a su mejores hombres y mujeres jóvenes a crear riqueza allá donde hubo posibilidades de hacerla. Levantaron media Alemania de las ruinas industriales durmiendo en un barracón, medio Madrid durmiendo en una chabola, mientras los caciques de su tierra mantenían sus fincas improductivas, y los gobiernos subvencionaban parados en vez de crear industria.

Extremadura tiene todos los vicios de este país reflejados en deforme, exagerados, reales en su miseria sin novela de Delibes. (Delibes era de una pieza. Que bien le irían a España vallisoletanos como Delibes Raúl Soto y Marcos Placer) Caza y cerdos sigue en Extremadura llena de dones y doñas que te miran por encima del hombre cuando vas porque saben que tu abuelo, que tu padre eran nadie. Mi padre nunca fue nadie, menos que nadie, tan nadie como para darle una hostia al alcalde en el franquismo.

En estos días atrás, pasaron un documental sobre la guerra en Extremadura por la noche en la dos. Ya digo que nunca tuve ninguna añoranza o afecto regional a mi pasado. Es decir, al pasado de mis padres o de mis abuelos. Fue hace unos pocos años cuando vi por primera vez Las Hurdes/Tierra Sin Pan (1932) de Luís Buñuel, y cuando sentí la sensación de vacío que te queda cuando no te has dado cuenta de algo. Una de las últimas veces que estuve en el pueblo donde nacieron, y no se puede decir que crecieran, ya que en el caso de mi madre se vino a Madrid con 11 años a servir. A servir, como suena. Como se lee. Servir fue meterse en una casa interna propiedad de unos señores (a los que mi madre acabo queriendo mucho), a realizar todas las tareas propias de la casa. Tenía 14 años y debía ser alrededor de 1955. Los lunes libraba, y se iba con otras chicas que también habían venido del pueblo al retiro.

Decía que, una vez que estuve en Zorita (Cáceres), pude ver la casa de mis abuelos, los padres de mi madre. Era una habitación profunda sobre la que unas cortinas en el techo hacían de puerta para tres habitaciones. Una primera diáfana, con esas hendiduras en la pared de piedra a modo de estantería empotrada. La segunda estancia tenía una cama y era la habitación de los hijos, de todos los hijos, diez en total. Al final de los veinte metros cuadrados estaba la habitación de mis abuelos. En las paredes, una foto de “El Cordobés”, ya que mi abuelo era un mitómano. Claro que pensé ¿Como han podido vivir aquí todos estos?, mi madre lo consideraba lo más normal del mundo. Bajando la calle, tres puertas más abajo estaba la cocina. El shock iba in crescendo, la cocina no estaba en la casa sino tres puertas más abajo, bajando otras casas. No pude pasar porque había dentro unos familiares míos. No debía tener ni las dimensiones de mi cuarto de baño, estaba tan diáfana como la casa. No había nada de nada. Según me explicaba mi madre, allí se cocinaba en una lumbre que se hacía en el suelo y se comía del puchero que se colocaba encima. Mis abuelos sentados y el resto, de pie o como pudiese.

Al ver el documental terrible de Buñuel, descubrí que no mostraba una realidad muy diferente de la que habían vivido mis padres cincuenta años después. No había luz, y el agua se buscaba en pozos. Las enfermedades como la que acabo matando a mi madre, pasaban a la convivencia con resignación religiosa y estoica. Al morir mi abuela, en aquella casa no quedo nadie. Mi abuelo se vino a Madrid con sus hijos, que ya se ganaban la vida aquí. La casa de mi padre estaba mucho mejor. Mi abuelo y mi padre eran albañiles y sabían de construir y mantener casas. No sabían mucho mas de nada salvo de callar y agachar la cabeza. Cosa que a mi padre no se le daba nada bien y por la que durmió unas cuantas noches en el calabozo del pueblo por lo que contaba antes. Según me contaron mis tíos, una vez, a la salida del cine, el alcalde le tiro el puesto de pipas a una anciana porque le molestaba allí, en la puerta, y mi padre le regalo dos hostias al alcalde que también rodó por el suelo. Este conmino a los guardias que le acompañaban a que le pegaran dos tiros, parece ser que estos no le hicieron caso porque si no, yo no podría escribir esto. Tras unas semanas de trena en el ayuntamiento, el caso llego a oídos de un capitán del tercio, que era del pueblo. Lo que tardo el capitán en pisar Zorita, fue lo que tardaron en dejar libre a mi padre. Desde que me lo contaron, yo con mis amigos siempre aplico el código legionario. Con los amigos, tengan razón o no la tengan.

Nunca tuve el menor afecto a Extremadura. No tenía ningún atractivo. Ninguno. El otro día, el documental que presentaba Luís Pastor nos contaba la Historia de una región humillada y masacrada en la guerra, donde la violencia de la represión llegó a límites que no se conocieron en ninguna otra parte del país, tampoco en las que yo tanto admiraba hace unos años.

“La Calle De La Sangre” es el nombre por el que los más viejos pacenses aún conocen a una calle donde se mató a cerca de 4.000 personas, y por donde el plasma manaba como un rio en dirección a la plaza de toros. El terror fue subiendo con Yagüe camino de Cáceres, donde el ejército alzado y las tropas africanas también dieron cuenta de la población civil. Al verlo en la tele y aunque mi padre ya me había contado como fue la guerra en su región, me vino a la cabeza la asociación inmediata del documental de Buñuel, y mi visita a la casa de mi madre no hace más de siete u ocho años. Eso era el pueblo que mandaba a harapientos a conquistar el mundo. Un recorte verde y blanco y negro entre un mapa de autonomías folclóricas y simpáticas, ricas, pagadas de sí mismas, ramas del mismo tronco.



El fútbol. El fútbol me molaba y me sigue gustando mucho. Yo me hice de mi equipo porque me gustaba el traje. La camiseta lisa era muy sosa y me pedí por un cumple el traje del equipo de rayas. Me trajeron una camiseta de algodón con cuello redondo y un pantalón de algo parecido al tergal. La camiseta tenía unas rayas rojas y blancas, el pantalón era azul. Pregunte qué de que equipo era ese traje y me hice de él. Soy de él hasta ahora aunque muchos años estuve alejado del campo por esa máquina de insultar con métodos mafiosos que la presidía, y por la connivencia de este y de todos los demás presidentes con esos grupos de nazis que campan tranquilamente por los estadios con el apoyo de estos.

La primera vez que me llevaron sin embargo, fui al campo de nuestro rival ciudadano. Era un homenaje a Pirri y jugaban el Madrid y la selección española. El campo estaba en obras por el próximo mundial que se jugaba en España. Asomarte desde arriba a un campo de fútbol lleno solo es comparable con la primera vez que te masturbas. El tapiz de la hierba verde, los futbolistas, la afición… Me llevó mi primo Sisi y siempre, siempre lo recordare y le estaré agradecido. Me llevo después a muchos más partidos.

Entrábamos con un método castizo que ya no se estila y que me recuerda a las películas del gran Tony Leblanc. Es normal. Aquel Madrid estaba más cerca de lo que se ve en esas pelis que de lo que es hoy. Llegábamos al estadio, mi primo le hacia una señal al portero y enfilábamos la puerta con decisión. Una vez encarábamos al cancerbero, mi primo abría la cartera simulando enseñar un carnet y le soltaba un billete de veinte duros al portero. Ya estábamos dentro. Ahora a subir escaleras a toda leche de la mano de mi primo. Buscar asientos libres y sentarnos los dos mientras mi primo me daba un beso y un bocata. Mi primo Sisi es una de las mejores personas que conozco. Es pintor aunque trabaja en la EMT llevando el treintayocho. Canta fandangos bajitos y cuenta chistes malísimos que son los que más gracia me hacen. Siempre ha tenido la cabeza un poco loca y le ha gustado la juerga, el vicio, el juego. Pero también ha tenido y tiene un corazón como los campos de fútbol a los que me llevó de niño. Y además la juerga, el vino y el vicio nos gustan a todos. Solo es que a unos se les nota más que a otros.

El segundo partido al que fuimos fue ya en mi campo. Sentí el mismo orgasmo que la primera vez en Chamartín y además eran los míos. El Club Atlético de Madrid. Las rayas roji-blancas enfrente mío, con Rubén Cano, Dirceu, Artechembauer… Perdimos como una profecía de lo que me esperaba al hacerme colchonero. Perdimos con el insulso Borrussia de Dormunt. Un autentico don nadie. Al menos el Borrussia nos enseño a Mirko Votaba. Un lateral todoterreno que fichamos. Años después, cuando logre convencer a mi padre y ya me dejaban ir en el metro solo, mis padres me hicieron socio infantil del Atleti. Llegue allí una tarde y aunque me había dejado no sequé papel en casa, la señorita se apiado de mi al llevar una foto para el carnet, vestido con la camiseta del Atleti. Ya antes me dejaban ir al fútbol cuando los partidos eran por la mañana. Los domingos a las doce. Por el campo nos juntábamos una panda de aprendices de hincha sin un duro en el bolsillo, dando la brasa a los porteros para que nos dejaran colarnos en el descanso o al comenzar la segunda parte. Cuando el portero se apiadaba y te dejaba entrar, volvías a casa tan contento como si hubieras visto el partido entero. Venias de ver a Tu Atleti.

El fútbol es la droga más dañina de la sociedad. Nos tiene completamente agilipollados con el fútbol. Si los trabajadores dedicaran la cuarta parte del tiempo que dedican a hablar del fútbol, ha hablar de trabajo, de economía, de que hacen con el dinero, como lo ganan… No habría fuerzas de represión suficientes para parar una revolución. Todo lo que rodea el fútbol es mierda. Todo menos los aficionados que son los que lo mantienen. El fútbol une al rico y al pobre, al de la moraleja y al de Villaverde. Al chapista y al bróker. Todo alrededor de subnormales que no saben leer ni escribir, sin la más mínima conciencia de clase, que se compran un Ferrari y un chalet aislado con lo que ganan. Los presidentes son capos de las mafias de los terrenos que aprovechan los fichajes para lavar dinero y los estadios y terrenos para especular. Los ultras, delincuentes en potencia que agraden, y apalean con la connivencia de los clubes y la pasividad de la policía en los alrededores del estadio. Criminales a los que en su casa no se les permite delinquir pero en el campo y en grupo sí. Las televisiones, parte del sistema. Lo peor del sistema adormecedor de conciencias y generadores de pensamiento único, que manejas además a los hinchas con despampanante hipocresía. Todo en el fútbol de asco.


El mal rollo de todas estas cosas me hizo abandonarlo hace muchos años. Más o menos cuando cumplí los veinte. Hace dos años volví. Lo hice porque en la facultad conocí a un amigo y era del Atleti. Como yo era. Como nunca había dejado de ser y de ver por la tele y de preguntar por sus resultados. Con Juanlu volví a bajar al campo a ver al Atleti. Vamos al fútbol y aunque pensamos lo mismo de como esta, no niego que pasamos un buen rato con la previa, con el partido, y si es sábado, saliendo luego por la Cava a tomar vinos primero y pelotazos después. Vamos tres. Jaunlu, Sandres y yo. Es decir. Mis mejores amigos. No es una coartada de superioridad moral soltar este discurso. Es asumir que somos humanos, que nos gusta el juego, y que al fin y al cabo ir a un partido dos horas no es traicionar nada, si eres consciente de lo que hay detrás y de que fuera las cosas siguen exactamente igual. Y que es democrático también. Permite hablar a todo el mundo. Todos saben del juego y todos opinan de las jugadas, los jugadores, los partidos… Desde el que no tiene ni puta idea por más que ve partidos y partidos, hasta el entrenador de barrio que lleva a unos chavales y los tiene entretenidos. Tú encargado mamporrero también. En vez de preguntarle a la empresa cuando van a pagar los atrasos, porque además es el presidente del comité de empresa, te viene el lunes que si que golazo, que si que cabrón, que si qué partido.
Tú le pones cara de asco y sigues hablando con los demás, pero el venga a meter baza, hasta que el pelota de turno le echa una bola para meterle en la conversación. Entonces apuras el café, tiras el cigarro, y les dices: -Hala vikingos. Forza Atleti. Y te vas.

Pero hablábamos del pasado y Aun con todo esto, con traiciones, esfuerzos baldíos, fracasos y derrotas, la vida había dejado de ser ocre. El mundo ya no tenía el color triste de la transición. Madrid era verde y de colores incluso en invierno. No por la movida famosa de la cual no me entere. Pero si se respiraba otro aire. El aire indudablemente lo trajo Tierno. San Isidro era una sucesión de conciertos para todos los públicos. Todos los días tocaba alguien en Madrid durante quince días. En la Plaza Mayor, en el Pabellón del Real Madrid, en el palacio de los deportes. Grupos de la movida, cantautores, grupos internacionales. Madrid se puso en el mapa mundial y de qué forma. Madrid se hizo famosa en el mundo y aquí vino todo el mundo. Grupos y cantantes que no habían pisado nunca España, pintores, artistas… En Madrid se vivía rápido y los había que no dormían. La primera vez que fui a ver un concierto solo, es decir sin que fuera una fiesta-acto, fue a ver a Sabina a Las Ventas creo que en el 86. Fue la primera visita de Sabina a Las ventas. Ese año acababa de pegar el pelotazo con el disco en directo con Viceversa grabado en el Teatro Salamanca, y se disponía a convertirse en el héroe por excelencia madrileño. Con sus letras “modernas” y sus ripios, Sabina se convirtió en el cantante de cabecera de todo gato entre los catorce y los cuarenta años. Con pantalones de cuero y tirantes, Sabina nos canto canciones dedicadas a la ciudad y a la vida urbana que eran como cantarlas a nosotros mismos. Urbanos urbanos, no es que con 15 años lo fuéramos mucho. Éramos más bien colegiales que empezaban a tomar conciencia de que existían por sí mismos. Mis colegas y yo salíamos del huevo de la niñez y ya íbamos al rastro a por las cintas grabadas que vendían en los puestos. El pirateo entonces era masivo y legal porque Ramón-Ramoncín aun se dedicaba a cantar barriobajero y no le había dado por convertirse en ejecutivo. En el rastro tenias todas las posibilidades. La cinta original a cuatrocientas pelas o la cinta grabada con una fotocopia de la portada original, por doscientas. Mis colegas y yo ahorrábamos toda la semana y nos hacíamos la discográfica de Sabina entre todos. Yo pillo esta y tú la otra y luego uno que tenía un cassete con doble pletina nos las grababa unos a otros. A si fueron cayendo las cintas de Sabina.

Mis amigos siguieron entonces con las de Kortatu y La Polla, y yo continué con las de Serrat y un Aute del que no entendía nada. Mis amigos salieron punkis de pastelillo y yo hippie de pastelete con chaleco y chapas.


Dedicado al magnífico jugador sudaca, Faccione.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces Dios existe, en tus letras locas y geniales. A mi extremadura me ha dado una adolescencia de emociones intensas, me ha enseñado a querer. El fútbol me ha dado un amor blanquivioleta, una pasión al margen de los mafiosos. Hoy soy feliz, por haber ganado en Coruña. A veces siento que es estúpido, pero no lo puedo evitar. Nos vemos pronto hermano, siempre admirador tuyo. Barrabaso.

Anónimo dijo...

Me ha molado mucho. Aunque nos llevamos unos años me identifico totalmente con lo del pueblo. En el de mi madre no, pero en el de mi padre era así, me parecía un secuestro que me sacaran de las calles de Valencia y me metieran en el simca 1200. En el pueblo no había cines, ni centros comerciales ni chucherias ni amigos.
Lo del verde del césped es verdad, lo único que me da pena de tener mi abono es perder esa sensación de ver el césped cada año o cada 6 meses. Las primeras veces era una pasada. Ahora llego a mi asiento sin mirar abajo. Ir de niño al fútbol era lo mejor que te podía pasar. Si un domingo a las 15:00 uno de mis vecinos tocaba al timbre era porque su hermano no podía ir y me invitaba, aquellos timbrazos los tengo marcados, eran la felicidad, haga lo que haga en la puta vida nunca seré tan feliz como cuando sonaba el timbre de mi casa a las 15:00 y preguntaban por mi y si ya había comido o me tenían que esperar. Los ultras de mierda no pueden quitarte eso en la vida.

Luis Pon.

Faccione dijo...

Soberbio, Valen. Acabamos volviendo al fútbol al mismo tiempo: yo con River, vos con Atleti. Lo importante es lo que planteás: el fútbol es negocio, lo más puro somos nosostros, los hinchas. Pero estamos conscientes.
Te tengo que enviar las fotos que tenemos en Madrid, aquella noche lluviosa de invierno, en la calle Alcalá, con Luzu.
Te mando un abrazo, gracias por acordarte.

Faccione.

Bandini dijo...

muy bonito y emotivo.

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