6.11.09

El barrio Bilbao son calles con nombres de pueblos y ríos vascos, que aparecen a la derecha de la calle Alcalá a la altura de Quintana y Pueblo Nuevo según subes hacia la Cruz. La Cruz era la Cruz de los caídos. Ese barrio era “zona roja”. Del otro lado de Alcalá a la misma altura, esta el barrio de la Concepción. “Zona nacional”.

Los guerrilleros de cristo rey y fuerza nueva, eran unos tipos que no se porque, siempre iban cargados de cadenas y no podían pillarte por su barrio porque, generalmente en connivencia con la policía, te podía caer la paliza del mes sino te conocían. Por eso te pegaban. Ellos se conocían todos. Esto me lo contaron los mayores del barrio años después. Cuando eso sucedía, la Joven Guardia Roja y las juventudes de El Partido, hacían un reclutamiento por los billares del barrio y subían hacia el otro lado de Alcalá con palos.

La cruz de los caídos era un monolito con una cruz dedicado a los caídos por Dios y por España, que había en Ciudad Lineal. Allí se organizaban pardas. La ultraderecha salía cada dos por tres ha hacer un homenaje a los caídos, pedir más mano dura a la policía, gritar rojos al paredón, y dar de hostias a todos los que no conocían, para variar. A quien venía de trabajar y salía del metro hacia su casa, o a quien esperaba al autobús. A quien pasaba... Al día siguiente cualquiera de los muchos crepúsculos revolucionarios que entonces había, cubría el monolito de pintura roja y proclamas comunistas. Uno de estos grupos podían ser los G.R.A.P.O. Curiosamente nacidos en el mismísimo corazón de la “zona nacional” del distrito. El instituto “Obispo Perelló”. Uno de sus militantes más activos es el hoy intelectual sin carrera de la derecha, Pío Moa. Tengo un libro suyo en casa de aquellos tiempos. “….” A ver si me acuerdo de mirar en la próxima feria del libro si firma, y me acerco a que me lo dedique de camarada a camarada.

Mientras esto sucedía yo reinaba en el patio y de vez en cuando me escapaba de él. Una vez me echaron en falta y organizaron una batida por las calles adyacentes. Me encontraron intentando comprar un chupachus con unos cincuenta céntimos en un comercio de Llanos de Escudero. Claro que entonces todavía teníamos los céntimos. La perra gorda, la chica. Los billetes cinco pesetas.


Por ese barrio Bilbao subíamos mi madre y yo por las tardes hacia un bar que hacia esquina en Alcalá con Emilio Ferrari. Allí esperábamos a mi padre que se bajaba del metro en Pueblo Nuevo. Llegaba mi padre, se tomaba una caña y bajábamos hacia nuestra infravivienda. Si. No lo había dicho antes, alguien que tiene que ir a por el agua de una fuente solo puede vivir en una infravivienda. Esto no debería crear ningún asombro puesto que hoy en Madrid, en el siglo XXI siguen existiendo. Las hay en la celsa. En San Fermín. Por la M-40, en la cañada real,… hay cientos. Los biempensantes dicen que les interesa vivir ahí para trapichear con las drogas. Es mentira, claro. Como todo en lo que se justifican los biempensantes. Los socios de las ONG´S que apadrinan niños en áfrica, los pichas-flojas vamos. Nosotros no vivíamos en allí porque trapicheáramos. Vivíamos allí porque mis padres llegaron allí. Porque era lo que había y se podían permitir.

Allí, mientras bajabas hacia al barrio te podías cruzar con Simón que viva en Ascao, cuando no en Carabanchel. Mi padre le saludaba con un apretón de manos contento de que se supiera su nombre y Simón me acariciaba la cabeza con cariño. Yo también le tenía cariño a Simón. Le tenía afecto porque mi padre le saludaba con mucha estima y ese señor de sonrisa franca, con cárcel y tortura entre pecho y espalda, que era político, aunque yo no sabía bien que era eso, se paraba con nosotros y podía invitarnos a una caña. Simón un día le dijo al policía que le hostigaba y agredía en un áspero y violento interrogatorio: "¿Cómo puede ser usted comunista si parece un señor? Pues muy sencillo: -yo lucho para que, en el futuro, nadie pueda hacerle a usted lo que usted me está haciendo ahora a mí". Le contesto Sánchez Montero. Así era Simón Sánchez Montero y así eran los pocos comunistas que yo conocía entonces. Un batallón de personas normales que primero cumplían en su trabajo los primeros y después estaban a lo que dijera El Partido. Creo que a Simón le dieron una medalla cuando murió. Los gobiernos progresistas son así. Primero te combaten toda la vida. Cuando te derrotan te ignoran y ningunean. Y cuando mueres hablan bien de ti y te condecoran.

¿Se imaginan una medalla de manos de Bono o alguien así? Nada debe dar más asco en el mundo que recibir una medalla de Bono. Si a mí me dieran una medalla del gobierno o del Rey, como a Sabina, no me negaría a recibirla. Esperaría a ir a por ella y aprovecharía para tirársela a la cara cuando me la dieran. No entiendo como Marcelino ha aceptado sus medallas y las lleva a orgullo, pero creo que algo no funciona bien en Marcelino desde hace tiempo. Quizás desde que dejo el sindicato en manos de Antoñito el guapo. Y de eso hace ya demasiado tiempo. Un día también hablare de Antoñito el guapo. De Almeida. De Ribó. Al fin y al cabo esto es un ajuste de cuentas con el tiempo.

El tiempo. El estado de un viaje. Tiempo. Espacio en el vacío, quizás espacio de poder que acaba en el vacío. Es la abstracción de un lugar que les deja en este perpetuo presente. ¿Es cultural esta interacción de la experiencia? ¿Es literalidad? ¿No es la literalidad una convicción cultural? ¿Una convicción del lenguaje? ¿De qué lenguaje? Es tiempo muerto edificado sobre mis recuerdos.



Simón y Santiago Álvarez saliendo del trullo

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