23.10.20

En recuerdo de Agustín Bustamante

 






Bustamante entraba sin hacer ruido esquivando gente en el aula y se dirigía a su mesa, colaba su libro y los papeles que luego no utilizaba, y empezaba a hablar muy bajito, muy bajito, mientras el silencio se hacía en el aula de manera irreversible. Una vez consumado el milagro del sigilo poco a poco subía el tono y nos dejaba tres cuartos de hora de poesía, erudición y conocimientos trasmitidos con la pedagogía del que no necesita contar su vida y recibidos con la consciencia de saber que era el poco tiempo donde la universidad sirve para lo que debería servir.


Sus clases eran un acontecimiento que nadie se perdía. No faltaban ni los los que pasaban el curso en los jardines esperando exámenes para recopilar apuntes.


Destacaba además por contraste (también sabéis de lo que hablo) por la comparación ante tanta desidia, tanto estomago agradecido, tanto funcionario, tanta inútil pendiente de su plaza sin pretender o tener vocación de ganársela en el aula, aparte de en los despachos o en el examen de oposición. Destacaba en la universidad porque ya conocéis lo que es la universidad y me atrevería a decir que la docencia en general en este país. Una manera de ganarse la vida como el que pone tochos o vende zapatillas, aunque los hay que venden zapatillas y ponen más interés que la mayoría de docentes con los que me he cruzado en la vida. Desde el catedrático al que aquello de la facultad le suponía unos ingresos altos y seguros, y una pereza insalvable ante tener que bajar media hora (esos no cumplían ni el horario) a ver a esos suicidas que pretendían vivir del Arte, al funcionario que por la tarde no portaba porque jugaba el Atleti. 
No era el caso de Bustamante, ya os cuento. No eran así unos cuantos de los trabajaban allí. Bustamante, Guillermo Solana, Pereda, Reyero, Colorado, Roldán, Jesusa… y tampoco el abrasivo y poético Fernando Castro por el que me enterado de la muerte de Agustín. Lo poco que saqué de allí, lo poco que conservo son los apuntes de estos nombres. De Bustamante conservo exactamente todas las palabras. Absolutamente todas las que nos decía en sus clases, chascarrillos y chistes incluidos. Muchas veces pensé en comprarme una grabadora y registrar sus clases. No sé si me hubiera dejado, pero ahora me duele no haberlo intentado.


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