No hace
mucho salieron en mi casa las cartillas con mis notas de colegial. Todo suspenso
prácticamente de primero a octavo. Mi mujer se descojonaba de mí y me decía..
-No me extraña que te pusieran a trabajar los pobres. Sí, porque encima yo tenía
la idea de que podían haberme llevado al instituto y quizás haber entrado en la
universidad a mi tiempo y no 15 años más tarde. Mentira. Fantasías de uno
que reescribe y amolda la historia a su manera para que duela
menos. Para que la culpa la tengan otros. Para salir airoso e indemne en la
medida de lo posible.
No podían hacer
otra cosa con un morral que no estudiaba y que no dio visos de aspirar a nada
en la vida hasta… Quizás hasta antes de ayer que nació Helena. Siempre he sido
retrasadito para todo, bien lo sabe mi prima Eva que me ha regalado esta foto.
Bien lo saben ella y su familia. Lo mismo para comer, trabajar, echarme novia,
casarme, tener hijos...
No sabían,
no podían darme una educación mejor. No tenían ni puta idea porque ellos, tanto
mi madre como mi padre, tampoco tenían mucha. Mi madre ninguna. Desde los 11
(si han leído bien) años trabajando en casas ajenas y cargando con la
enfermedad que se la llevo a la tumba. Mi padre algo más. Las cuatro reglas básicas
que me trasmitía a mí por la tarde cuando llegaba de la obra. Leer, mal
escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. No era un padre moderno, no tenía
ni puta idea de serlo pero se las apañaba para saber de mis deberes cuando era
pequeño antes de que mi adolescencia les hiciera desistir de las tareas de
clase, aunque no desde luego de la educación integral, no sé como la llaman
ahora ¿En valores? Vamos, eso que se ve y se mama en casa.
Y yo lo que vi era
que ella no gastaba más que en mi y que él a veces llegaba muy tarde y tenía a
mi madre en vilo por si había pasado algo. “Algo” queda ahora demasiado lejano
y borroso. Para algunos de mi generación quizás ni quede, porque a sus padres
no les podían pasar nada. Al de la foto sí. El que me agarra y al que agarro en
la foto podía venir tarde, muy tarde o no venir. Podía venir con marcas de
cadenas en la cabeza, con un acojone muy grande porque había metido una hostia
a un madero, o con pelotas de goma maciza en la cartera para que jugara su hijo
con ellas de las que les habían tirado otros maderos. (En este pasado mundial
de baloncesto, a fuerza de ir a esperar a Serbia compartíamos rato con la policía
que esperaba dentro de sus furgones. Como mi niña jugaba por la acera, a los
agentes les hacía gracia y una vez le regalaron una pelota maciza para que
jugara. Cuando salió Teodosic y le saludé, y ya nos íbamos para casa, le devolví
la pelota al antidisturbios, diciéndole que la guardara para mí en la próxima mani,
que era una tradición familiar de los hombres de casa ser nosotros quienes llevábamos
las pelotas de goma maciza para que jugaran los niños).
Es decir que de
educación académica voy justo. Unos años pasando por debajo de esos carteles
que les he puesto aquí esta mañana, que compartí con gente acojonante que me va
a durar toda la vida como Charly o Raúl.
¿Pero de
educación en valores en casa? De esa voy sobrao. De esa tengo por arrobas para dar
y repartir. Porque mi padre nunca llego a nada en política. Nunca fue dirigente
del partido ni del sindicato. Nunca cobró ni fue liberado, al contrario... Pero si
dieran diplomas al trabajo voluntario y a las horas empleadas a la causa, teníamos
para empapelar la casa.
Y bueno que
les cuento todo esto porque mi prima Ana María me ha regalado esta foto. Porque
aún sin llegarle a los talones a mi padre, voy a sacrificar el único puto día
de libranza que tengo a la semana para ir de apoderado de Alberto Garzón y la
Unidad Popular como he hecho toda la vida cuando tenía más tiempo. Aunque
solo sea por llegarle a los talones al que me agarra en la foto. Es como aquel
anuncio graciosos de abonos del Atleti donde el hijo va a la tumba del padre
para decirle que deja de ser abonado y el árbol (el padre) le mete una colleja.
Yo hace ya unos años que deje el abono del Atleti y nadie me dio una colleja.
Pero lo que no dejaré mientras me quede un ápice de la hombría de bien que me
enseñó, que me enseñaron mis padres, será la idea de luchar por un mundo más
justo. Esa es la mochila que él cargaba. Un peso que no han sentido sobre sus
hombros los niños bien hijos de profes universitarios, recién autoproclamados
redentores de la clase obrera. Y con esa mochila cargo yo. Como un tesoro en el
que guardar esta foto que me regala mi prima.