15.5.08



Así te sacaría de mi pasado, sin montarte un altar de cursiladas, como retrasar tú corazón un año, mientras te cuelgo balones al área. Si me quito la mano me desangro, si muevo el cubo se inunda la casa, el suelo se incendia cuando paso, y a tus ojos estoy desmejorado...



Y más



Y esta no esta mal me dicen



pero esta...

8.5.08

Las personas normales adoptan niños y escriben cuentos cojonudos.

Raúl Soto Esteban




Tesfa y Selam. Una pequeña historia de adopción internacional.


Los niños amanecen…

La mañana de Diciembre en nuestro pueblo es fría y nevada. Moralzarzal luce blanco y piedra, que diría el taurino. En casa los niños se han levantado temerosos y nos miran sin saber que hacer o decir, me provocan una sonrisa, también a su madre; ellos se relajan y sonríen. Lola les da un beso y abraza al pequeño Selam, lo desnuda y le dice que hay que ducharse, la niña recela de mi y no me lanzo a desnudarla y dejó que lo haga Lola. Yo disfruto egoísta del nuevo paisaje de mi casa, un paisaje negro y blanco como todos los lugares mestizos del mundo.

Tesfa es pequeña y negra, más negra que su hermano, tiene cuatro años y una sonrisa tan grande que te abre el alma cuando enseña los preciosos dientes, blancos y brillantes, su pelo es largo y trenzado, pero está sucio del viaje, el color es también negro azabache, oscuro y sensible a la luz. Me sorprende la mirada cariñosa y feliz y ella parece también alegrarse. Su nombre quiere decir esperanza y nos la ha traído, cuida de su hermano como si se lo fuésemos a quitar y como si a ella no la quisiéramos tanto como a él.
Por lo demás, cuando consigue olvidarse del cuidado de Selam, es tranquila y orgullosa, nada parece afectarla, pero se la intuye aterrorizada de miedo. En su casa de acogida nos previnieron de ello, de los distintos acogedores y adoptantes que la querían a ella primero y luego al pequeño, y su tremenda obstinación en no separarse. Yo le he dicho en lengua ahmara y en español, con gestos, en inglés, con el corazón, con todo, que no permitiría a nadie que le separasen de su hermano y que tampoco dejaría que los apartasen de nosotros. No se fía.

Selam es tranquilo, pacífico, como indica su nombre, ha tardado unos minutos en entender que ya ha llegado el día en que alguien se ocupe de ellos, por alguna extraña razón del instinto sabe que ahora es de verdad y en eso es más listo que su hermana mayor que parece reprenderlo por confiar tanto en nosotros. Selam la ignora cuando le mira pero está continuamente pendiente de ella, y nos permite apreciar que no sólo es la mayor la que ha cuidado del pequeño. A Lola le preocupa está simbiosis, a mí me enternece de tal forma que no permito la duda, ya sé que cuando Tesfa ceda habremos ganado la primera batalla.
Pero os hablaba de Selam, que no es tan oscuro como ella, es claro, casi café cortado, que diríamos en nuestra forma de entender su color y su raza, que me perdonen si hay algo de prejuicio en ello.

Le dejó a Lola el dulce placer de la primera ducha, que no me pierdo, sólo observo, veo como les asombra el olor del jabón y las burbujas, mientras la suciedad del viaje cae por el sumidero. Agarro al pequeño con una suave toalla y noto su placer ante el calor seco y la caricia, le froto los rizos y me sonríe seductor, trae alguna llaga y le masajeo con la crema hidratante, toda su negra piel se abrillanta y suaviza. Mientras la niña se deja apenas acariciar por la ternura de Lola y le descubro dos o tres expresiones de placer sin que ella quiera.


El pueblo….

La ropa que les hemos comprado les queda algo grande a los dos y tenemos que ajustar sobre la marcha: algún bajo doblado y alguna manga recogida. Limpios y relucientes, bien abrigados, salen a dar el primer paseo por el pueblo.

Recorremos la calle Las Eras hasta la taberna irlandesa, cruzamos la glorieta y entramos en la biblioteca a coger cuentos para las lecturas nocturnas, los pequeños miran todo con gesto alucinado, y Lola les va dando con su tranquilidad habitual ese sosiego que hace todo más fácil. Yo entretengo mi ansiedad haciendo cosas, cogiendo cuentos, sonriendo con una felicidad que no me cuesta exhibir. Después nos acercamos para ver a José, el frutero, y Tesfa coge algo de fruta que reconoce, se la da a nuestro vecino y le sonríe, orgullosa, mientras le nombra en ahmara el producto. José se encoge de hombros y le pesa las piezas, Lola y yo le asentimos y los rituales de la integración van lentamente produciéndose al ritmo de mi mujer, al ritmo que se aconseja.
Caminamos la calle principal del pueblo y llegamos a la plaza de toros, tras ella al gran supermercado donde terminamos de comprar lo necesario para el día. Tesfa y Selam no paran de mirarse asombrados de la cantidad de productos y el orden y las luces, las marcas. Todo es nuevo, a ellos también les mira todo el mundo, la mayoría de la gente con una sonrisa, alguno les acaricia los rizos, después nos miran nuestra blancura española y asienten a la evidencia. Otros, los menos, recelan del extraño color y ponen mala cara, que se cruza con la mía y no disimulo el reto, Lola me mira y se burla de mi actitud.

Le propongo a Lola un descanso para tomar un té y está de acuerdo, los nervios cansan más que la actividad a la que obligan los niños. Entramos en la cafetería cercana, en el recinto de la plaza de toros, y el camarero de negro saluda cariñoso a nuestros hijos, ellos lo agradecen pero no le entienden cuando les ofrece algo, dudan sobre lo que deben hacer y no nos piden nada para beber. Tomando el té aparece Alberto y besa a Tesfa y Selam que le miran extrañados, en pocos segundos los conquista con su simpatía y se pide un café.

A la noche y tras el cuento, los niños caen rendidos, yo me dirijo a charlar con Lola que está dormida en el sofá, ha sido un día de nervios y retos, de ansiedad y alegría, nos quedan tantos como éste.



Los primeros amigos…

Quedan apenas unos días para Navidad y como tenemos días libres, no hemos llevado a los niños al colegio ni a la guardería. Sin embargo queríamos enseñarles el lugar para irlos acostumbrando y por la mañana nos dirigimos al Colegio El Raso, hemos quedado previamente con la directora y algún profesor. Entramos por la verja y la niña ya mira todo con estupor: los adornos navideños, los lugares de juegos, los encerados, las tizas de todos los colores, y sobre todo los niños, que van a ser sus amigos y la miran también con curiosidad. Yo estoy emocionado y apenas escucho el discurso de la directora que va dirigido sobre todo a la niña y a su madre, me despierto cuando da dos palmadas y les presenta a los demás niños a Tesfa como su nueva compañera tras las vacaciones. También tiene unas palabras para Selam que sonríe entusiasmado.
Los niños siguen su clase y la directora nos cuenta los asuntos prácticos: los libros, el “babi”, las normas… Mientras un pequeño ha cogido a Tesfa y le ha preguntado por su color, la niña no le ha entendido y me ha buscado pero él se lo ha dicho por señas y yo le he explicado al niño el lugar de donde viene su compañera, él lo ha entendido y ha sonreído.

La visita al colegio supone una alegría para todos: Tesfa no para de preguntar con señas y lengua de trapo por lo que va a tener que llevar el primer día y Lola se lo explica pacientemente también con señas y en esa especie de “esperanto” con el que nos comunicamos todos en casa, mezcla de ahmara, castellano, inglés y señas. Le inquieta la llegada de ese día y a la vez tiene un deseo cierto de verse en ese lugar que ha visto rodeada de esos niños “gordos”, blancos y que parecen felices por lo alto que cantan.

Llegamos a la “casa de los niños” y Selam mira hacia arriba “sorbiendo” con los ojos los colores de la guardería, mira a la guapa empleada y responde a su sonrisa, se le iluminan sus enormes ojos negros. Los niños paran su actividad y miran embelesados a su nuevo compañero, se acercan dos niñas que le llevan de la mano al centro del corro y Selam nos mira alucinado del recibimiento. En estos casos es cuando uno admira la inocencia y la belleza del alma infantil que no mira colores ni nacionalidades, yo les agradezco a las niñas en silencio su gesto y sigo a la cuidadora y a Lola. Como durante todo el día no me entero de nada, de lo practico.

Cuando queremos irnos nos enfrentamos a la primera pataleta de Selam en España, que no quiere abandonar el juego con sus nuevas amigas. Tesfa le mira y se acaba la rabieta, en ese momento miro a Lola que igual que yo se ha asustado de la situación, aunque nos haya ayudado queremos que la niña dejé de cuidar y supervisar a su hermano e intuimos que nos va a costar terminar con una actitud de cuidado casi maternal. Queremos que los niños sean niños.

Otro día duro y hermoso a la vez, me acuesto emocionado y agotado.

La visita a las familias

En el centro de Madrid he quedado con Lola en el Café Comercial, voy con los niños en el coche que dejamos en el aparcamiento de Fuencarral. Nos sentamos en el viejo café y pedimos cerveza y zumos, miró a los pequeños que no saben como comportarse en un lugar cerrado y me miran inquietos, les acercó unos papeles y lapiceros de colores que he comprado en un comercio cercano, y mientras pintan o hacen “borratajos” leo la prensa del día sin quitarles ojo, todavía no tengo la tranquilidad para relajarme, pero la disimulo.

Junto a Lola nos dirigimos a la casa de sus padres, Lola está emocionada cuando camina el largo pasillo de la vivienda familiar y llama al timbre, tiene los ojos rojos y le aprieto las manos. Me mira emocionada y llora cuando sus padres abren la puerta y miran a los niños. Tesfa los mira con actitud desafiante para disimular los nervios y camina hacia el interior de la casa, la seguimos y en el salón los abuelos besan a los dos, que se miran sonrientes entre ellos dándose permiso para ser queridos de nuevo. No entienden muy bien lo que significa que haya tanto familiar de su madre que los abrace y bese, pero no hay problemas en todo ello, Tesfa lleva unos días que no siente ese resabio con el que llegó de Etiopía y hemos esperado a ese momento para las visitas.

Los abuelos pasan de los nervios a una especie de emoción serena que reconforta a Lola, que no para de llorar en silencio y a la que se ha pegado Selam como una lapa, como si no quisiera que sufriera. Ella le intenta explicar su emoción sin palabras posibles.

El siguiente fin de semana viajamos en coche a Valladolid, aparcamos en la calle Bailén y subimos al cuarto piso y siento que mi estómago se contrae como si fuese una esponja. Mi madre abre la puerta, con su bata morada, abre los brazos con su mejor sonrisa y dejo que Selam la bese y Tesfa se resista un rato para caer finalmente. También hay un abrazo para mí de mi madre y otro para Lola, me pellizca y me dice que los niños son preciosos, le digo lo que se parecen a la abuela entre risas y llantos y me da un golpe, los niños ya han descubierto los peces del acuario y no se separan de él.

El primer problema serio y un viaje de vuelta.

Han pasado dos meses y nuestros hijos ya van al colegio y a la guardería. Nosotros nos empezamos a preparar para la vuelta al trabajo y cada día vamos juntos a por Tesfa primero y luego a por Selam, la niña se alegra cada día de vernos y nos expone sus dificultades, el idioma es para ella un problema, ya tenía el ahmara asimilado y le cuesta aceptar un nuevo lenguaje, yo creo que es una resistencia a admitir lo nuevo, que tiene una base psicológica de no querer renunciar al pasado y a lo suyo. Intentamos que no sea así y de acuerdo con la profesora y la orientadora le indicamos que debe respetar lo suyo y abrazar lo nuevo, pero es difícil siendo tan pequeña y la gente a pesar de su buena intención no ayuda. Hoy nos encontramos con una resistencia fuerte y dura a irse con nosotros, me dice en ahmara que la envíe a Etiopía, con su cuidadora, le digo que no es posible y me pega e insulta en su idioma, habla deprisa y no la entiendo. La profesora me dice que se ha peleado con ella por no querer hacer un dictado, la alaba lo que ha aprendido y cree que está cerca de coger el ritmo de los demás pero hace falta una actitud más abierta por su parte. La niña lo ha tomado como una regañina y ha decidido retorcerse y volver a lo suyo y ha empezado a hablar en su idioma a gran velocidad y de forma agresiva, los niños se han asustado y su tutora la ha retirado a otro cuarto con un profesor de apoyo.

Yo dudo sobre lo que hacer y miró a Lola, me acerco a Tesfa y la abrazo, la susurro en ahmara su nombre y mi amor de padre, ella llora pero me rechaza, se va con Lola y volvemos a casa, tras pedir disculpas a los profesores que son encantadores.
En casa, Lola y Tesfa entran en la pequeña habitación y nos echan a los “hombres”. Inquieto desde el salón escucho durante dos horas cantos y rituales, al principio es Lola, luego la niña, todo en ahmara y cantado, Selam llora en silencio, tiene miedo de que su hermana se vaya, yo también pero le tranquilizo.
En un momento se oyen dos grandes gritos y mucho llanto, el vecino sube y le tranquilizo, se va. Al rato la niña sale agotada en los brazos de Lola, llorosa y rendida. Lola suda y tiene los ojos rojos, mira tan lejos y tan profundo que me da miedo, en unos segundos vuelve y me sonríe. Ya están aquí, es mágico.

Los siguientes días Tesfa habla castellano de niña de cuatro años española, pero sobre todo sonríe en paz. No le he preguntado a Lola donde fueron, confío en ella.

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Los idiotas escribimos gilipolleces sobre la señorita cuentacuentos, hacemos cucamonas, pegamos gritos en los bares y adoptamos gatitos que nos vuelven más gilipollas aún.


Frida and me.



Dieguito a punto de darse una chufla.